El 30 de mayo de 2020 quedará en la memoria como una fecha histórica. El sábado se lleva a cabo el lanzamiento del cohete Falcon 9 con la cápsula Crew Dragon desde el Kennedy Space Center en Cabo Cañaveral, Florida.
A bordo, los astronautas Robert Behnken y Douglas Hurley llevaran algo más que la insignia de la NASA y la bandera de los Estados Unidos en sus renovados trajes espaciales. Un bordado inédito y sutil con la leyenda ‘SpaceX’ da cuenta de la importancia del suceso: se trata del inicio de los viajes comerciales tripulados al espacio.
En la víspera de año nuevo de 1983, Isaac Asimov realizó una serie de predicciones sobre el futuro de la humanidad. En materia de exploración espacial, el divulgador y autor de ciencia ficción se aventuró a asegurar que para 2019, nuestra especie habría vuelto a la Luna “vigorosamente” y “no sólo a recolectar rocas lunares”.
Asimov planteó que la existencia de estaciones mineras capaces de procesar materiales lunares para la construcción de enormes estructuras que proveyeran a la Tierra de energía limpia y casi ilimitada sería una realidad en 2020. Además, calculó que el primer asentamiento humano espacial debería estar en construcción (o en planos avanzados) para este año.
A diferencia de los autos voladores, la teletransportación y otras visiones exageradas del futuro, las predicciones del autor de ‘I Robot’ para el presente parecen completamente consecuentes desde la óptica de la segunda mitad del siglo XX, en especial para quienes vivieron la carrera espacial y su momento más álgido con la llegada de la humanidad a la Luna con el hito del Apolo 11 en julio de 1969.
A 37 años de la predicción de Asimov y a medio siglo del Apolo 11, la minería lunar, los vecindarios extraterrestres y los viajes superlumínicos aún pertenecen al terreno de la ciencia ficción; sin embargo, el futuro inmediato de la conquista del espacio marcha hacia un escenario impensado tras el fin de la Guerra Fría, una nueva carrera espacial protagonizada por multimillonarios a cargo de empresas privadas que desarrollan tecnología aeroespacial y poco a poco toman el sitio que correspondía a las agencias espaciales propiedad del estado, con propósitos distintos al conocimiento y la investigación científica.
El primer paso de esta nueva carrera espacial está en marcha tras el lanzamiento del Crew Dragon, pero… ¿qué supone dejar en manos de empresas privadas la exploración espacial? ¿cómo se configura la nueva carrera espacial en el siglo XXI y cuáles son sus objetivos?
El espacio: un ‘mercado’ con posibilidades infinitas
El contexto que llevó a la Unión Soviética y los Estados Unidos a enfrascarse en una competencia frenética por desarrollar tecnología para vuelos espaciales tripulados no existe más. La Guerra Fría llegó a su fin en 1991 y con ella no sólo cesó la urgencia por mostrar al mundo el poderío de un sistema económico sobre otro, también disminuyó drásticamente el financiamiento estatal a la Agencia Espacial Federal Rusa (Roscosmos) y la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA), agencias espaciales que concentraron los esfuerzos por conquistar el espacio y en un periodo de sólo doce años (de 1957 a 1969) pasaron de lanzar el primer satélite a llevar la primera misión tripulada a la Luna.
La Estación Espacial Internacional (EEI), el objeto artificial más grande en la órbita terrestre, es un laboratorio producto de años de cooperación científica global. Considerado uno de los instrumentos más sofisticados jamás construidos por la humanidad, su lanzamiento en 1998 perpetuó la presencia humana en el espacio con fines de investigación y desarrollo científico, un modelo que hoy parece llegar a su fin ante la inversión y los intereses de los nuevos actores particulares y la privatización de la exploración del espacio.
El lanzamiento del Crew Dragon es el paso más importante desde que el Commercial Crew Program de la NASA tomó forma en 2010, con la intención de que en la primera fase, empresas privadas desarrollen vehículos espaciales capaces de completar un viaje redondo tripulado a la Estación Espacial Internacional. La misión también marca el regreso de los Estados Unidos a enviar viajes tripulados desde su territorio con cohetes norteamericanos, tras 9 años de puesta en órbita de astronautas a través de las cápsulas rusas Soyuz, el vehículo más utilizado para viajes a la EII.
La pieza clave del rompecabezas que otorga acceso a privados al espacio se completó el 8 de junio de 2019, cuando Donald Trump anunció la apertura de la EEI a partir de 2020 para empresas y turistas. Si el famoso discurso de John F. Kennedy del 12 de septiembre de 1962 (“Elegimos ir a la Luna. No porque sea fácil, sino porque es difícil”) significó una ofensiva ideológica que trataba de mostrar al globo el poder organizativo del capitalismo sobre la vanguardia soviética en materia espacial, el anuncio de Trump inaugura las condiciones materiales para que este sistema económico inicie su expansión más allá de la Tierra.
Desde hace más de una década, distintas empresas privadas como SpaceX de Elon Musk, Blue Origin de Jeff Bezzos y al menos otras cincuenta más trabajan desarrollando prototipos de vehículos de transporte aeroespacial de pasajeros. Su elección no resulta fortuita: de la misma forma que durante el mercantilismo un grupo incipiente de adinerados lanzó expediciones a ultramar en busca de fortunas hace casi quinientos años, hoy los empresarios más acaudalados apuestan por el sitio más hostil para la vida y el desarrollo de tecnología como la siguiente revolución industrial.
Con la nueva disposición, la NASA proveerá la estancia en la EEI y los suministros básicos, pero no el transporte hasta la órbita terrestre, ni la logística o el hospedaje de los astronautas. Es ahí donde las empresas aeroespaciales ofrecerán sus servicios, desde el viaje redondo a la EEI y hasta actividades, amenidades y todo lo que pueda pagar el turismo de lujo, un viaje al alcance de muy pocos.
El turismo será la actividad económica pionera en el espacio ultraterrestre. Con Artemisa, la misión de la NASA para la llegada de la primera mujer a la Luna programada en 2024 y la acogida de la EEI a empresas y turistas, se abre una nueva gama de posibilidades, tal y como ocurrió en la carrera espacial del siglo XX, pero con una diferencia fundamental:
Desde colonias humanas en plataformas que orbiten a la Tierra u otros planetas, pasando por la minería espacial y hasta la conquista o terraformación de Marte: el discurso de la necesidad de huir de la Tierra ante una inminente catástrofe en el futuro próximo podría llevar la oferta de servicios a extremos insospechados que operen bajo la lógica de mercado (el nuevo derrotero de la exploración espacial) y por lo tanto, disponibles únicamente para quienes resulten capaces de pagar por ellos.