Con una pregunta tan romántica y tan cercana a lo cursi, no pretendemos entrar en un juego de patrioterismo ramplón ni arrojar invitaciones sin filtro a la fiesta del chauvinismo verde, blanco y rojo. Lo que sí, es que en su sola formulación, simple y sin rodeos, este cuestionamiento apunta hacia lo obvio: si nosotros somos incapaces de ver los logros del cine mexicano contemporáneo, de aceptar sus realidades y condiciones, de exigir sus mejoras en tanto formalización como difusión, nadie va a venir a resolver el asunto.
¿Que cuál asunto? Pues ése que tenemos hoy cuando nos preguntamos por qué lo único que los super-héros abarrotan 7 salas dentro de un mismo cine. Ése que brinca cuando alguien durante la comida dice que las películas en México son malas, malas, malísimas. Ése que nos hace retorcer los ojos cuando vemos que No manches, Frida 2 ha sido lo más taquillero en producciones nacionales, aun cuando las entradas se caracterizan por ser carísimas –palomitas, refrescos y toda la magia incluida–. Ése que resulta de habernos acostumbrado tanto a la narración estadounidense, que ahora no sepamos dialogar con lo mexicano en pantalla. Ése que estropea a la distribución en salas porque empresarios, directores, gerentes y prensa siempre decimos: «¿Y a quién le importa el cine mexicano? Nada se gana de allí».
Y sobre todo, ese asunto que estalla en fuego cada que alguien opina que en el cine nacional se hacen porquerías o aventones; personas a las que, por cierto, hay que pedirles por favor que saquen un poquito su cabeza de Cinemex y no se vayan con la finta llamada Derbez.
Los premios Ariel, en ese sentido, no se deben conocer ni consumir sólo porque sean mexicanos. Ya lo dijimos: esto no es arrojarse al vacío envueltos en una bandera tricolor mientras mordemos un chile verde. No es ver cine mexicano por lástima; es verlo y darnos cuenta de que hay cosas increíbles y muy bien hechas aquí. Es participar de una industria riquísima en México y que aún puede (y debe) crecer más. Es consumir nacional para identificar lo que no tiene buena calidad y presionar para su mejora.
Siendo el reconocimiento más importante que tenemos en México, uno que en este 2019 ha tenido que sobrevivir a falta de presupuesto y patrocinadores, a recortes gubernamentales en sector cultura –veamos lo sucedido con Las Diosas de Plata– y las modificaciones en sede y organización que esto trajo, el Ariel es una estatuilla y ceremonia que amerita nuestra atención completa. No sólo porque es el premio institucionalizado por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, sino un síntoma de las políticas y estéticas que atraviesa nuestro país. De las innovaciones y crudezas que vivimos a diario.
Este año, por ejemplo, los premios Ariel son relevantísimos, gracias a un período interesante y lleno de propuestas (2018) como pocos ha habido: somos el cuarto país del mundo en que más se va al cine; dato del que se desprende que la cinta nacional se mantuvo tan activa como en la Época de Oro. En comparación con otros años, más producciones mexicanas se estrenaron en cines comerciales o se distribuyeron dentro del país –cuando sólo suelen irse a muestras en el extranjero–. Además, hubo cinco grandes títulos que, si bien no son lo único, son ejemplos de lo propositivo y mediático que puede ser nuestro cine: Roma (Cuarón), Museo (Ruízpalacios), Nuestro Tiempo (Reygadas), La Camarista (Avilés) y Las Niñas Bien (Márquez Abella).
Entonces, con este panorama, urge que trabajemos por una mejor y más justa distribución del cine mexicano en las salas. Que reflexionemos sobre lo que sucede con la industria local del filme y que todos –cineastas, actores, comunicólogos, público, etcétera– pensemos por qué no se están recuperando o creando espectadores para nuestras historias a 24 por segundo.
Pero primero, saber que allí están los Ariel; que estemos al pendiente de cómo se lleva a cabo esta premiación, de quiénes son los que están allí dentro, de qué políticas son las que más nos convienen o más destrozan, y de cuáles son las propuestas de filme que hay a cada temporada. Que critiquemos y enriquezcamos. Que aplaudamos y abuchemos. Pero que estemos conectados, al fin, con tal de construir cine en México. Si nosotros no, ¿quién?