Fotografías por Daniella Feijóo
La historia de nunca acabar. Vuelven las mismas cantaletas. Pero es que 2019 no fue la excepción para las demandas que siempre tiene el sector más crítico del movimiento LGBT+ con respecto a la marcha del Orgullo en la Ciudad de México. Anuncios por todas partes. Carros alegóricos en su más puro espíritu de activación comercial, sin ningún tipo de acción social o política. Mercancía tirada por toda la avenida sin lógica alguna más que poner su logo sobre todo tipo de arcoíris. Consignas que incluso eran sólo la repetición ad nauseam de la corporación representada. El espacio y su apropiación convertidos, una vez más, en la mejor estrategia de publicidad.
¿Que estas marcas son aliadas para una mejor visibilización?
¿Que cualquier apoyo es bien recibido, con tal de hacer esta marcha un evento citado y más referenciado? Quizás. Pero siempre y cuando se tome a la manifestación en este claro sentido, y no sólo como escenografía o una estrategia de marketing. Pues en caso contrario, no se es aliado, sino un oportunista.
¿Que se necesitan patrocinadores?
¡Pues bastante historia que hace falta por leer, eh!
¿Que la comunidad LGBT+ debería estar abierta a que más personas asistan sin importar su orientación sexual?
¡Por supuesto! La queja porque vaya población heterosexual en plan de solidaridad es de cuidado y en otro tono; no se le puede excluir a nadie si es que la intención es brindar apoyo. Pero entonces, resulta urgente que cualquier asistente investigue la historia del movimiento, se informe sobre contingentes de amigos o familia, y no vaya sólo porque su Instagram se va a ver increíble o podrá beber en la vía pública. Esto incluye a los mismos miembros de la comunidad.
¿Que la marcha por el Orgullo LGBT+ necesita ser una fiesta?
También. La diversión, la alegría y la libre expresión son horizontes de combate. Pero esta fecha, además de ser una celebración por la diversidad sexual, es sobre todo una conmemoración y una lucha. Ni Stonewall en el 69 ni la primera marcha en México durante 1978 nacieron en la jüerga. Se dieron como consecuencia de la violencia sufrida por la comunidad; por la humillación, la tortura y el escarnio social. Respondían con la revolución y la agitación de conciencias. No porque se quisiera una fiesta descomunal.
Y eso no debe olvidarse jamás. No hay terrenos ganados. Especialmente si recordamos que es en la CDMX donde más asesinatos y crímenes de odio ocurren, donde el desabasto de medicinas retrovirales para personas con VIH/SIDA en centros de salud pública es cosa de todos los días; o que en muchos Estados de la República aún se lucha por la legalización de matrimonios homosexuales, la adopción homoparental, el cambio de nombre de personas trans y la aceptación de éstas en centros de trabajo, entre otros puntos.
No basta con que las empresas cuelguen con enjundia una bandera arcoíris afuera de sus oficinas, que las marcas o los aliados pongan un corazón multicolor en sus perfiles de redes sociales; es necesario generar, además de la fiesta, un pensamiento crítico y de emancipación.
El capitalismo rosa, ése que utiliza al movimiento LGBT+ como una herramienta para generar dinero y la simpatía de sus consumidores, convierte a la lucha por los derechos en un recurso de marketing. Y muchos caemos. Nos despolitizamos con tal de tener un día festivo y de aceptación. Y no vemos que esta práctica es utilizada como una supuesta toma de acción en la lucha, aunque esto no implique medidas reales. ¿Trabajamos todos en conjunto –marcas, aliados y miembros de la comunidad– para la construcción de espacios seguros e inclusivos? Si sí, necesitamos con urgencia que se haga evidente. Que terminada la marcha no descolguemos las banderas y actuemos como en la Navidad, que guardamos el arbolito y las luces, y hasta que vuelva a ser la época decembrina.
¿Que sí hubo participación de asociaciones y colectivos políticos?
No lo negamos. Pero fue a cuentagotas. Es trabajo de la comunidad y el comité organizativo que estos tomen mayor relevancia y protagonismo durante la marcha. De lo contrario, parece que la fecha sólo es el pretexto para que el marketing se pinte de colores, para que digan «¡Mira qué cool soy por estar a tu lado!» y que la lucha sólo se considere válida en compañía del sistema económico.
Se dice que la condición para poder participar en la marcha, si eres una marca, es demostrar tu compromiso constante con ciertas garantías al interior de tu empresa o apoyar a una asociación u organización. Pero eso nunca queda del todo claro. Hace falta transparencia o mejor comunicación para que sean evidentes los beneficios entre la comunidad.
¿Entonces?
Aliados, familia, amigos y marcas van en condición de acompañantes. Es un día de celebración, pero en especial es una jornada de lucha. Allí los protagonistas, los que saben sus goces y exigencias, son los miembros de la comunidad LGBT+. No se va allí porque esté in ser gay, lesbiana, trans o demás. No se va para colgarse una condecoración de tolerancia.
Y eso último hay que grabárnoslo perfectamente bien. El gaypitalismo o la solidaridad de muchos asistentes se dan en la demostración de «tolerancia» hacia la comunidad. Pero ésta no necesita de tolerancia. De mercadeo barato pintado de arcoíris, que implica una aceptación desde cierta superioridad. Sino acciones libres de opresión y que nos hagan una sociedad más crítica. Estrategias que no sólo vean a la comunidad como un nicho de mercado, sino como un grupo de seres humanos que aún hoy demanda a la administración pública –y a los centros de trabajo– tanto recursos como apoyo para luchar contra las violencias en su contra.
La comunidad LGBT+ no necesita que su marcha esté acaparada por marcas y mercancías que convierten a las reivindicaciones del movimiento en un espectáculo, y que terminan por invisibilizar la necesidad de seguir luchando por derechos u otros tipos de representación.