Fotografías: Daniella Feijóo (@d.feijoo)
Vivir sin wifi es cosa seria. Y lo es por dos razones, principalmente. Por un lado, porque nos demuestra cuán instrumentalizados estamos en el mercado laboral; por el otro, porque nos arroja sin anestesia al encuentro con nosotros mismos. A un diálogo forzoso con quienes somos. Una excursión para advertir con qué contamos y de qué carecemos. Una situación que, puesta en letras, suena muy poética o muy woke, pero que en el mundo de los sentidos, los hábitos y las necesidades, sólo es equiparable a un buen puñetazo contra el estómago. De esos que sacan el aire y fijan tu atención en una sola cosa.
Basta con que un módem cercano se apague o los datos móviles se terminen para que las fallas estructurales de nuestro «éxito profesional» y los fantasmas de nuestras garantías laborales se hagan presentes. Eso, además del impacto de hallarte frente a frente con el ocio sin ninguna pantalla cerca, entre otras criaturas del pensamiento que se vayan sumando a la fiesta.
Y tampoco se trata de romantizar la desconexión digital; como si el internet y todas sus herramientas o apps hubieran llegado estrictamente para pervertir nuestra vida en su estado más natural y libre. En especial, si todos estos razonamientos se apresuran a nombrar una esclavitud contemporánea a la Byung-Chul Han. Eso lo podemos dejar escurriendo en la puerta, gracias. Nadie de aquí necesita empaparse con una sobre-teorización de algo que no es precisamente un secreto. Sabemos bien que la mentalidad trabajadora de hoy y la productividad 24/7 nos tienen jodidos. Así como tampoco es un misterio que sin red se nos acaba mucho de la vida actual y, prácticamente, todo nuestro trabajo. Un terror.
Escenario que nos hace pensar —si no es que fantasear— en un apagón de nuestros propios dispositivos electrónicos. Adiós, chats de trabajo en días de descanso; hasta luego, mensajes demandantes y urgencia por demostrar que «estamos ahí». No hay nada oculto en este deseo. Sabemos que es ultra necesario, por nosotros mismos y por mucho de lo que nos rodea, tomar el teléfono y arrojarlo a una de las fuentes en La place de la Concorde, justo como lo hizo Anne Hathaway en Devil wears Prada. (Nota: cualquier fuente o superficie serviría para este propósito, aunque no apoyo la idea de tirar basura en un espacio público).
Sin embargo, las posibilidades son limitadas. No todos podemos darnos la licencia de hacer esto. Terrible que ahora tengamos que considerar los tiempos y espacios para uno mismo como un total privilegio. Pero así las cosas. Quién hubiera imaginado que en la redefinición del lujo, éste se movería a los terrenos de la simplicidad, lo íntimo y la liberación. Tal vez éramos unos cuantos ingenuos los que no supimos leerlo a tiempo.
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Y para deleitarnos un poco con dicho propósito, que hoy podría sonarnos hasta impúdico, existe un lugar llamado Cañada de la Virgen. Tal vez no renuncies del todo a tu habitus laboral, pero vaya que podrás disfrutar de una pausa en este sitio.
Un rancho en San Miguel de Allende que busca un estado de armonía con la naturaleza, tanto para sus visitantes como para las reses que allí se crían y el suelo que a diario ven fortalecerse. Un santuario en la periferia de este pueblo mágico, tan enigmático y sobrenatural como siempre suelen ser los paisajes desérticos de la zona.
Para llegar a Cañada de la Virgen debes tomar la carretera a Celaya desde San Miguel de Allende, y en el entronque con la carretera 51 seguir como si fueras a Guanajuato. Pasando la presa es cuando comienza la verdadera emoción. Porque verás la entrada a la reserva natural, pero todavía te faltarán varios kilómetros hacia tu lugar de retiro.
Para que te des una idea, de la puerta de la propiedad a la casa de hospedaje —que puedes elegir llamando directamente a la Cañada o mediante airbnb— te espera un trayecto de cuarenta y cinco minutos aproximadamente. Así de aislado te encuentras del resto de las personas. Desde el primer segundo te despides de la señal telefónica y el internet. Sólo te abraza el más puro de los aires y la flora de esta región guanajuatense. Pero es eso justamente lo que vienes buscando, ¿no es así? Además, el recorrido te sumerge en una atmósfera tan a lo Sergio Leone, que es fácil creer que efectivamente viajaste a un mundo western donde la digitalidad no tiene ni el más remoto sentido.
El camino te obliga a andar con precaución y pone todo de su parte para que el ímpetu fotógrafo te invada. Mientras la cantera verde hace preguntarte cómo es que en la naturaleza hay una arquitectura tan «involuntariamente planeada», las vacas y los caballos de la casa comienzan a darte la bienvenida. Su mirada curiosa ante tu llegada es penetrante, pero tan apacible, que de inmediato te brota una colección de sonrisas. Sólo nosotros —los mexicanos— somos tan afortunados de tener esta geografía. Tan única. Tan vasta y optimista. De cielos siempre sublimes, aunque a veces los demos por sentado. Y es que en lugares como éste, donde es claro admirar cómo las nubes bajan a acariciar los cerros, puedes entender por qué Gabriel Figueroa hizo del cielo mexicano una fotografía que presumir ante el mundo entero.
Finalmente, al descender la marcada ruta hasta tu destino —que el mismo equipo de Cañada te muestra y guía—, tres casitas abren sus puertas para tu reposo. Para tu tranquilidad y toda la sarta de descubrimientos que tendrás allí.
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La Cañada es un rancho en donde, además de desconectarte por un buen rato del ajetreo citadino, puedes aprender del valor que tiene una carne sana, de reses alimentadas con follaje completamente libre de herbicidas, pesticidas, fertilizantes artificiales o cualquier otro aditivo sintético.
Es decir, vienes aquí a respirar tranquilidad y a comer bien. De hecho, el tema de hospedaje y retiro es un plus del objetivo principal de esta reserva, que es innovar en el negocio de la ganadería, respetando al medio ambiente. Regenerando la tierra, flora y fauna que aquí crecen. Trabajando con creatividad para ser responsables y ofrecer buena vida a las vacas que aquí nacieron, así como buen alimento a las personas que consumen sus productos.
Durante tu estadía notarás que las reses de este rancho son más pequeñas en comparación con otras que hayas visto antes. Y lo que sucede es que en Cañada no «inflan» a las vacas ni las inyectan para que crezcan; por eso mismo, sus cortes son bastante únicos y no cuentan con el tamaño de un típico steak. Lo cual, de hecho, garantiza su sabor y nutrientes.
Algo interesante también es que Cañada no desperdicia ninguna parte del animal. Todo se convierte en un consumible humano o incluso para tus mascotas. Nada se desperdicia. Todavía más interesante durante tu estadía: dormir con la oscuridad y el silencio que sólo un lugar como éste pueden brindar, despertar con los primeros rayos de la mañana y desayunar en una cocina tradicional mexicana, que bien ubicas por el cine nacional, es una experiencia que va de lo escabroso a lo felizmente adictivo.
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Hasta este punto, toda la experiencia se te va a resumir en tres cosas. Primero, puede que te dé algo muy cercano a un colapso nervioso si es que vives con la mirada fija en el móvil; antes de llegar, recuérdale a todos que no podrán llamarte o escribirte con total libertad. Segundo, cuando ya te hayas acostumbrado a no subir ni una sola story, apreciarás todo con renovados ojos. Y tercero, llegará el momento en que te preguntarás por qué no te decidiste antes a organizarás una «escapada» como ésta.
Entonces deberás volver a tu vida llena de mails y llamadas telefónicas. Pero seguramente con la convicción de tener menos estrés a tu alrededor y con una idea muy diferente de lo que hoy significa lujo. Después de una experiencia así no querrás más riqueza que tiempo para ti, un buen plato de comida y la esperanza de no estar dañando (más) a nuestro planeta.