Las Brujas del Oriente: ¿vale la pena el sacrificio por el éxito?

El documental que examina la hazaña que realizó el equipo de volleyball femenil japonés en 1964 impulsa un debate: ¿vale la pena sacrificar el cuerpo a expensas de descomponer todo rasgo humano?

Empatía, nostalgia, tristeza, conmoción y un sinfín de emociones más. El cine como lenguaje audiovisual puede llevarnos a muchos lugares, en toda su gran diversidad de narrativas.

No solamente caben aquí las grandes producciones hollywoodenses, donde si bien se cuentan historias visualmente atractivas, no todo el tiempo se proyectan historias que se toman el tiempo verdadero, un tiempo artesanal, de retratar lo cotidiano. Esos problemas complejos y hasta posturas sociales y políticas genuinas.

El cine independiente es una forma diferente de retratar lo real. Aunque a primera vista pudiese parecer intimidante, abstracto y por ende incomprensible (y sí en algunas ocasiones, lo es; pero esto yace del otro lado de la pantalla, en los creadores), no todo es así. Siempre está abierto a nuevas presencias que puedan conectar sin dificultad alguna con lo que se plasma en la pantalla.

Las Brujas del Oriente

Las Brujas del Oriente película
Foto: Cortesía

Una de las películas que retratan una vida llena de esfuerzo, sacrificio y hasta cierto punto ascetismo es Las Brujas del Oriente. Relata la experiencia e historia del famoso equipo de volleyball japonés en los años 60.

Esta película de Julien Faraut cruza la visión biográfica e histórica de cada una de las integrantes del equipo de volleyball femenil de un Japón que se levantaba de un desastre bélico y moral. El Japón de la posguerra.

Un país que comenzaba a industrializarse, modernizarse y fungir como una de las potencias tecnológicas, morales y deportivas del siglo XX. En ese contexto surge una mentalidad imparable para la nación japonesa, una de honor.

Katsumi Matsumura a.k.a. Chabin; Yoko Shinozaki a.k.a Chitro; Emiko Miyamoto a.k.a Otcho; Yuriko Handa a.k.a. Fugu; Kinuko Tanida a.k.a. Paï; Yoshiko Matsumura a.k.a. Futen. 6 mujeres jóvenes obreras de una fábrica textil en Osaka, que en 1953 fueron reclutadas por Hirofumi Daimatsu para formar un equipo de Volleyball femenil.

Bajo la dura metodología del su entrenador (quien fuese un exmilitar y de ahí su dureza con el equipo y métodos) pudieron cosechar 258 victorias consecutivas.

Desde las 6 de la mañana y hasta las 2 de la madrugada era su jornada deportivo-laboral con gritos y castigos físicos, producto de la manera tan dura de cimentar una mentalidad objetivo para ganar cada partido.

Cuestionable o no, esto les produjo ser un ejemplo a seguir para millones de personas en su país y convertirse, por ende, en símbolo de la nación. De tan potentes que eran en la duela se ganaron el nombre por parte de los equipos externos de Brujas del Oriente; por su manera tan sobrenatural de manejarse en los enfrentamientos.

No fue sino hasta los Juegos Olímpicos de 1964 que consiguieron ganar la medalla de oro para Japón. Consolidándose hasta la fecha como uno de los fenómenos deportivos e históricos femeninos más grande de todo los tiempos.

El sacrificio para dejarlo todo por la gloria

La hazaña que realizó el equipo de volleyball femenil japonés en el 64 las llevó a ser iconos nacionales. Sin embargo, en aquella final contra la URSS cargaba con una enorme presión hacia ellas; en ese momento ya no era simples seres humanos, pues cualquier error cometido podría costarle simbólicamente a ellas y al país su honor.

¿Pero acaso era una responsabilidad con la que debían cargar voluntariamente? ¿Eran necesarias tanta presión y expectativas de una nación hacia 6 mujeres? ¿Qué estarían contando hoy si fallaban? La respuesta es muy evidente.

El sacrificio diario que llevaban a cabo estas mujeres —en donde prácticamente su mundo era la duela, el balón y las indicaciones del entrenador— se condensó en una medalla de oro y la euforia de una nación en reconstrucción. Sin embargo, todas aquellas experiencias que constituyen lo que es un ser humano fueron sacrificadas para salir del molde solamente por un momento.

Si bien ahora las Brujas del Oriente cuentan con 70 años de edad y están llevando a cabo su vida como les place, la realidad es que sacrificar el cuerpo únicamente para llegar a la gloria deja muchos estragos en la memoria. Ilusiones, culpa, hasta perdida de sentido cuando se deja aquello que formaba parte de tu vida.

La realidad es que no todo sacrificio es recompensado. No siempre el querer es poder. Y he ahí la controversia entre sacrificarlo todo como atleta para llegar a la cima, pues existen múltiples factores que condicionan el camino al cual no muchos llegan finalmente.

¿Vale la pena sacrificar el cuerpo a expensas de descomponer todo rasgo humano?

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