El verdadero origen del Thanksgiving Day, una celebración que acalla barbarie

Cepillar la historia a contrapelo como lo hace la tribu Wampanoag es reconocer las voces de los nativos americanos, aquellos que fueron borrados en nombre del progreso.

Al margen de su versión más celebrada, el Thanksgiving Day representa la muerte de cientos de miles de nativos americanos durante la colonización inglesa. Si bien el curso de la historia carece de imperativos morales, una posible reivindicación para rendir memoria a los hechos que nos traen a este presente es cepillar la historia a contrapelo (como diría Walter Benjamin), apoderándonos de ese instante de peligro que amenazó a los sujetos históricos con convertirse en instrumentos de la clase dominante.

De acuerdo con el historiador Howard Zinn, los conflictos raciales y coloniales en territorio norteamericano comenzaron a inicios del siglo XVII, después del primer establecimiento provisional inglés al otro lado del Atlántico en Jamestown, Virginia.

Durante los inviernos posteriores los colonos enfrentaban las vicisitudes del clima. Entonces su ignorancia sobre la tierra (y los cultivos que de ella se podían obtener) provocaba distintos periodos de hambruna; el más grave ocurrió entre 1609-10, cuando según Zinn, «enloquecidos de hambre, erraban por los bosques en busca de frutos secos y bayas, abrieron las tumbas para comerse los cadáveres, y murieron en masa hasta que, de quinientos colonos, tan sólo quedaron sesenta».

La versión popular del Thanksgiving

Cada último jueves de noviembre, el Thanksgiving Day reúne a millones de estadounidenses alrededor de la mesa para embutirse platillos típicos de la temporada. Se trata de un acto simbólico fundado sobre el hecho histórico en el que los peregrinos ingleses hermanaron con la tribu Wampanoag. Un momento que encarna un aprendizaje mutuo sobre las tierras y cultivos. Una historia que cimienta la fundación de las trece colonias y, sobre todo, la génesis de los Estados Unidos.

William Halsall | Pilgrim Hall Museum.

Según la historia oficial, antes de la llegada de los meses más fríos, los peregrinos ingleses se reunieron con los Wampanoag en agradecimiento por las cosechas. Aún más: por ceder sus tierras al progreso de Dios y sus elegidos. Aquellos protestantes que desembarcaron del Mayflower en 1620. De la conmemoración que juntó ambos mundos por lo compartido y el prometedor futuro, nace el Thanksgiving Day.

El Thanksgiving a contrapelo

“[…] tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo si éste vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer.” (Walter Benjamin, Tesis sobre la historia y otros fragmentos).

El enemigo es la articulación de la historia que niega aquellos muertos con los que se ha construido a sí mismo y su progreso. Y también lo son aquellos que enuncian la historia desde la apatía y unidimensionalidad. Ese enemigo se transforma en la exuberancia con la que se celebra el Thanksgiving Day sin detenimiento alguno en un ejercicio de empatía hacia aquellos vencidos que no están a salvo.

Cepillar la historia a contrapelo es reconocer las voces de los nativos americanos. Aquellos que fueron pasados por alto en la construcción de la historia en nombre del progreso.

Aquel encuentro entre dos mundos que recorre todo el continente americano contiene en sí una historia de barbarie; y la de Estados Unidos con la celebración del Thanksgiving Day no es la excepción.

El desembarque de enfermedades desconocidas para los nativos ayudó a exterminar a los miles que habitaban las tierras en sus orígenes. La llegada de decenas de miles de esclavos, matanzas, quemas, extracción de recursos y apropiación del territorio de los nativos son algunas de las características mediante las cuales se construyeron las primeras 13 colonias que dieron forma a los Estados Unidos.

El puritanismo aunado a la propiedad privada y el racismo vertían un evidente rechazo hacia los antiguos pobladores americanos. Al norte de América, la estrategia de los colonizadores asimilaba a la de Cortés en Tenochtitlán, masacrando inocentes y formando alianzas engañosas con los nativos. Como fue el caso de Squanto, un personaje popular en el relato de Día de Acción de Gracias, el cual para poder fungir como intérprete tuvo que ser esclavizado en Inglaterra y España, aprender el idioma y regresar a Plymouth para guiar a los colonos.

Esta práctica humillante y sanguinaria de secuestrar nativos y trasladarlos a Europa para moldearlos al idioma —y ser herramientas de orientación geográfica y lingüística— comenzó a partir de 1524 para la póstuma llegada de los ingleses a inicios del siglo XVII.

The Sutro Library

Aquel con quien entablaron una relación más política a partir de los cautivos intérpretes fue con el líder de la tribu conocido como Massasoit u Ousmequin, el cual se beneficiaba de la tregua inglés-nativa para por medio de la hostilidad militar europea ganar los conflictos con las tribus rivales. Aparentando un periodo de paz que no tardaría mucho en quebrantarse.

Una vez fallecido Ousmequin en 1660, los ingleses aprovecharon este hecho para exterminar y esclavizar a los nativos restantes. Celebrando el parcial aniquilamiento nativo y el alivio de los conflictos con estos, realizaron y oficializaron el Thanksgiving.

Nada que celebrar: el Thanksgiving Day según los Wampanoag

Como cada año, los Wampanoag salieron a las calles este último jueves de noviembre con una consigna clara: a 400 años del mítico evento que dio forma al Día de Acción de Gracias —y desde su perspectiva— no hay nada digno de celebración en «el genocidio de millones de nativos, el robo de sus tierras y el borrado de su cultura».

El simple hecho de replicar una tradición articulada al margen y fulgor de una barbarie acallada, pone en riesgo a quienes verdaderamente estuvieron ahí, amenazados por el peligro de ser sepultados como herramientas invisibles de una historia construida y enunciada por aquellos que se llevan todo el crédito en nombre del progreso.

Los Wampanoag mantienen un halo de luto y resistencia cuando se trata del Thanksgiving Day. Desde Plymouth recuerdan a sus antepasados que fueron desplazados por ese concepto de historia supuestamente progresista. Ellos mantienen un ejercicio de memoria para tratar de cambiar la narrativa y hacer aparecer en la historia la otra parte que no se cuenta.

Tomar consciencia de que “no hay documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie. Y así como éste no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión a través del cual los unos lo heredan a los otros” —Walter Benjamin— es cepillar la historia en dirección contraria para constituir una narrativa diferente, reivindicativa y con justicia social.

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