La Ciudad de México es un sitio cosmopolita en crecimiento. Para su despliegue de valores universales y apertura a nuevas experiencias en un constante diálogo intercultural –que cada vez resulta más visible en el día a día–, la capital de México no va tan mal como otros piensan. Cansados deberían estar ya los comentarios de que en este país o en esta urbe no ocurre nada realmente propositivo o interesante «como sí ocurre en New York o París». Farsantes y poco atentos a la historia particular de los mexicanos son aquellos que se llenan la boca con este tipo de comentarios.
Para muestra: el paseo que hoy se puede dar por las calles de Río Pánuco y Río Ebro en la CDMX. Un recorrido que, en buena medida, es responsabilidad de Edo Kobayashi y la gobernanza culinario-japonesa que tiene sobre este barrio. Edo, chef y empresario al frente del grupo que lleva su nombre, tras haber decidido en 2013 poner toda su creatividad, colaboración y entusiasmo interdisciplinario en los puentes gastronómicos entre México y Japón, fue uno de los causantes –quizás el primero– de que el gusto nipón inundara las calles de la colonia Cuauhtémoc.
Y sin duda, si se quiere conocer realmente esta propuesta en la gran urbe mexicana, no se pueden omitir, o incluso podríamos decir que en ellos se debe comenzar, los restaurantes de Kobayashi en la zona: Rokai, Hiyoko, Le Tachinomi Desu y Enomoto. Cuatro espacios que demuestran el espíritu del chef y su genuino interés por la comida casera, los orígenes de una receta y el cruce entre formalidad e informalidad dentro de una creación culinaria; así como una natural y curiosa inclinación por brindar nuevos acercamientos al acto de comer –tan especializados como se pueden tener en Tokio, por ejemplo– para no caer en el simple mote de «comida japonesa».
Para acercarnos a esta historia, enfoquémonos entonces en un sólo edificio de este cuadrante: el de Río Pánuco 132. Allí se encuentran dos tesoros de Edo: Le Tachinomi Desu (en planta baja) y Tokyo Music Bar (en planta alta), que es una barra de concepto y un espacio para la experimentación estética en buena compañía etílica. El primero es un restaurante bar donde los oficinistas de la zona acuden para tomar un par de tragos, degustar algún platillo y relajarse de los estruendos diarios, sin necesidad de un asiento; justo como se hace en Japón.
Le Tachinomi Desu no cuenta con sillas, sólo tiene capacidad para 20 personas y el trato es, por lo mismo, extremadamente directo. Norman Perez está a cargo de la barra y es prácticamente el editor de tus bebidas; elige los tragos y botellas que circularán por tus manos con base en lo que cocine el chef, Sergio Martínez, quien lleva dedicadamente un menú omakase de tres platillos. Es decir, un menú en el que cualquier cosa que comas es enteramente a su criterio, a manera de degustación. Aquí no hay protocolos y todo tiene un sabor de espontaneidad (aunque muy bien planeada).
¿La música? Un viaje emotivo y casi nostálgico. Los sonidos provienen de una torna que transporta en el tiempo, pero siempre ve hacia el ahora; es común que un track de blues clásico se derrita de sus bocinas para pronto decantarse del ligero bullicio del lugar y unirse con tu bebida. Evento que, de hecho, hace recomendable que vayas a solas y te dejes sacudir sin distracción por lo ofrecido a tu paladar, a tus oídos y el trato increíble de quienes allí trabajan.
Arriba se encuentra Tokyo Music Bar, concepto hermano del Ginza Music Bar en Japón –proyecto de los productores Takeshi Kobayashi, Shinichi Osawa y Nobuhiro Toriba– y que centra su identidad en la comunión que tiene la música con la mixología. También cabe poca gente y hay que asistir bajo reservación, considerando que más de 6 personas por mesa es imposible de conseguir. La naturaleza del espacio y sus intereses no permiten que esto sea posible.
Los tragos son o muy clásicos o de autor, llevan nombres de canciones, cambian constantemente en la carta y la música que se escucha, alma gemela del lugar, es resultado de la colección de vinilos de algunos de los socios –melómanos insaciables– y otras joyas sonoras que vinieron directamente de Japón. Antes de que el DJ del bar arribe (21:00 hrs), son los propios baristas quienes seleccionan los tracks que acompañarán la noche. Un ejercicio con bastante buen fruto.
El Tokyo Music Bar es una epifanía en mármol verde y terciopelo rosa que logra conexiones orgánicas entre sonido, ritmo y los espíritus que poseerán al cuerpo de quien busque una barra sin igual en la Ciudad de México. Todo con el auténtico carácter de un bar de vanguardia, tal y como ocurre en el barrio de moda y lujo nipón: Ginza. Si se quiere experimentar con verdadera fidelidad lo que hoy significa contemporaneidad en el país asiático y avanzada intercultural dentro del nuestro, basta con detenerse un par de horas en la colonia Cuauhtémoc.