La melancolía de invierno: un arqueología del yo y el tiempo

La melancolía. Ese afecto que vuelve cada invierno revisando el pasado y mirando con anhelo hacia el porvenir que nos aguarda.

Hay muchos filtros que dotan de una tonalidad particular el mundo y sus cosas.

Cada uno de esos colores representa una emoción. O, al menos, ése es el sentido que le han dado los seres humanos a aquello que pueden relacionar con la manera en la que sienten.

Hay quienes ven el mundo de color rosa —con toda la carga de clichés que eso contenga— y donde todo es bondadoso. Está el color morado que respecta a la magia. También el color amarillo de lo cálido y los atardeceres. El naranja del coraje y de la rabia. Y uno muy particular que es el azul.

El azul es profundidad. Es fondo. Intensidad —matizada desde otro lado—. Es frío, tristeza y melancolía. Aquellos quienes optan por ese filtro tienen la capacidad de ver lo bello tanto en los momentos más pequeños como en los más sublimes. Siempre con un dejo de nostalgia de lo que se llevará el tiempo y convertirá en irrepetible. Pero también haciendo que el presente se detenga para tomar con aprecio cada momento que lo compone.

Tener los lentes azules de la melancolía significa estar en una constante introspección sobre lo que acontece con uno mismo y la relación con lo que se encuentra fuera. Esto permite (re)conocerse de una manera más profunda y observar el crecimiento junto con los aprendizajes.

Melancolía hombre
Foto: Ihor Malytskyi via Unsplash

Aquello que funge como potencia de ese filtro azul —tan melancólico— es el tiempo.

El tiempo pasado y el porvenir como dos grandes sustancias que llenan las posibilidades de continuarse pensando y pensar al otro. A los demás y al mundo. Todos como entes que están constantemente en movimiento.

Este ejercicio de melancolía azul que busca la potencia de lo bello en la relación del pasado con el futuro, y los cambios suscitados en el intermezzo, recurren a emociones que no siempre se les está dispuesto a encarar. Como la tristeza, la nostalgia y la conmoción.

Y es que la melancolía es un sentimiento tan complejo que si se sabe surfear de gran manera puede derivar en fuerza, templanza y sabiduría. De lo contrario, podría significar un bucle infinito del cual difícilmente se puede salir.

Melancolía azul
Foto: Amir Hosseini via Unsplash

Aceptar el sentimiento de melancolía puede abrir las puertas a una arqueología del yo y el mundo muy potente.

En esta temporada final del año es inevitable no ponerse el filtro melancólico, pues todos los recuerdos vividos a lo largo de 12 meses se acumulan, se revisan y abrazan por todo lo que tuvieron que ofrecer. Aceptando también que ya no volverán. Y por otro lado: el anhelo y conmoción por todo ese porvenir que nos aguarda; preparados ya con fuerza, templanza y sabiduría para hacerles frente.

Ésa es la potencia de la melancolía. Un afecto de color azul que puede direccionar nuestro proceder en el mundo de una manera muy especial.

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