Cuentan que en los disturbios de Stonewall en 1969 –la cuna del movimiento LGBT+–, Johnson lanzó la primera piedra con que se levantó la voz de la comunidad. Unos dicen que arrojó un vaso contra los espejos del lugar; un «vaso escuchado en todo el mundo», se ha bautizado al hecho. Otra leyenda dice que fue ella quien aventó el primer ladrillo contra los policías. El historiador de Stonewall, David Carter, afirma que es extremadamente probable que Marsha fuera una de las primeras personas en resistirse ante la autoridad. En 1987, la misma activista le dijo al historiador Eric Marcus que ella no llegó al lugar hasta ya comenzado el enfrentamiento. Y sin embargo, cualquiera de estos datos no importa del todo: poco relevante es si ella fue quien originó la chispa de la inconformidad, en comparación con su fortaleza y entrega para mantener vivo el fuego de la lucha.
Marsha P. Johnson. Iniciadora del movimiento a nivel mundial. Mujer trans. Negra. Prostituta. VIH positiva. Activista. Drag. Artista. Fuente inagotable de inspiración. Modelo de entereza y decisión. Ella, quien nació como Malcolm Michaels Jr. el 24 de agosto de 1945, en New Jersey, es uno de los pilares fundamentales para que entendamos que la historia del orgullo LGBT+ nació en la mixtura completa de las diversidades. Marsha, quien comenzó a utilizar vestidos desde los 5 años, quien contó alguna vez que a los 13 fue agredida sexualmente por otro niño, es el ser humano que nos demostró cómo la batalla por el respeto y el reconocimiento de la diversidad sexual se abrió paso entre los momentos más oscuros de nuestra historia, con tintes de contracultura y submundo.
La historia de Marsha como figura de la comunidad y futura diosa de la resistencia comenzó a sus dieciocho años, justo después de graduarse de la preparatoria, cuando se mudó a New York con sólo $15 dólares en el bolsillo y una maleta con ropa. Recién se consideraba que la sodomía era ofensa y ya no un delito en las leyes de la ciudad (1950), lo cual abría nuevas posibilidades para muchísima gente; sin embargo, la criminalización de los homosexuales seguía siendo común y el baile entre personas del mismo sexo estaba prohibido. Asimismo, en los bares no se podían servir bebidas alcohólicas a personas homosexuales ni se podía utilizar libremente ropa de un género distinto al sexo biológico. El campo seguía minado.
Justo en ese contexto, Johnson alternaba su personalidad entre Malcolm y Black Marsha –su identidad femenina–, hasta que se decidió cabalmente por el nombre que hoy conocemos y reverenciamos: Marsha P. Johnson. La «P» en ella, cuentan, significaba Pay it no mind («No le prestes atención»); una directriz de vida que seguía al pie de la letra y un consejo que ella siempre le daba a toda la gente que le conoció y precisaba de su ayuda. Una postura que debió mantener hasta el final; de lo contrario, las cosas hubieran sido más difíciles.
A pesar de que el Greenwich Village, barrio neoyorquino, era uno de los lugares más tolerantes para las personas LGBT+ de aquel entonces, la policía acosaba, violentaba y arrestaba a cualquiera que no cumpliera con las normas sexuales por ley dentro de la zona; entonces, para que alguien como Johnson sobreviviera y pudiera conseguir o mantener un trabajo, existía todo un reto. Fue así que Marsha, quitándole toda atención y aprehensión a ello, tuvo que dedicarse a la prostitución. Un servicio común entre personas de la comunidad que no tenían hogar y eran discriminadas en otros campos laborales.
Marsha P. Johnson, conocida por su optimismo, jamás se dejó caer. Siempre vestida con ropa que ella misma producía y encontraba, adornada con lo inimaginable, con su pelo siempre magnífico y esa sonrisa que muchos quisieran para un fin de semana, es la ama y señora del amor propio, de la convicción y de la fuerza por ser siempre fiel con uno mismo.
¿Su revolución? Nunca pedir permiso para ser quien en verdad era. Ser una Drag para asistir al Stonewall Inn. Un lugar en donde hace 50 años estalló la indignación y la insurgencia para que la comunidad LGBT+ se pudiera proclamar hoy con absoluta libertad y apertura.
El Stonewall Inn era un bar en donde se atendía sin discriminación a homosexuales, trans, prostitutas y a todo el mundo underground de New York. Era un lugar al que a la policía le agradaba ir para mortificar y reprender a sus asistentes habituales. Era un lugar de fiesta y aceptación que no se iba a ceder ante la autoridad. La noche del 28 de junio de 1969, la gente de la comunidad LGBT+ fue agredida y acusada. Pero nunca más ocurriría eso. Marsha P. Johnson, con 23 años de edad y en compañía de sus amigos, de su verdadera familia, entre ellos la mítica Sylvia Rivera, inició el movimiento. Uno que tuvo su génesis en los chicos sin casa y sin trabajo; los «nadies», los que no tenían nada que perder.
Con los años, Marsha P. Johnson tuvo diversos episodios de ansiedad y recluida en instituciones psiquiátricas. Fue miembro del grupo drag The Hot Peaches, modeló para Andy Warhol, fundó con Sylvia Rivera la asociación STAR (Street Transvestite Activist Revolutionary) –que daba refugió y ayuda a trans en situación de calle–, y defensora de las víctimas del VIH. En toda su trayectoria destaca su radiante personalidad y sus labores permanentes de activismo, organización y belleza.
El cuerpo de Marsha fue encontrado en el río Hudson el 6 de julio de 1992. Su muerte fue rápidamente declarada suicidio, aunque las sospechas de un crimen de odio jamás se han descartado. La policía de New York ha desestimado el caso en severas ocasiones; no obstante, el caso fue reabierto en 2012 y sigue la investigación.
Varias veces se ha «blanqueado» a la historia del Orgullo Gay y poca atención hemos puesto en un hecho irrevocable: la génesis de insurrección se dio en el cuerpo de una mujer trans: de una Drag sin la que, en palabras de Sylvia Rivera, no habría ningún movimiento de liberación. Una mujer que necesita justicia y mejor memoria no sólo entre la comunidad, sino en el mundo entero. Un ser humano excepcional que nos recuerda cuán incluyentes y fuertes debemos ser. Una prostituta que muy pronto tendrá su monumento en New York para dar cuenta de que la lucha se da, primordialmente, en los cuerpos más vulnerados y las identidades más silenciadas. Y que son ellos nuestros mejores aliados y a quienes más se debe velar.