Emilio Chapela: una rosa que pierde sus pétalos y otras medidas poéticas del tiempo

Una serie de obras e instalaciones in situ se han dado cita en el Laboratorio Arte Alameda, en una muestra que inicia...

«Por lo que cualquier rosa puede recordar, ningún jardinero ha sido visto morir. El último ve al primero nacer, abrirse, marchitarse y luego desaparecer con el paso del tiempo, pero si la flor pudiera ver o sentir, admiraría los movimientos tan lentos de su cultivador, estable e inmune al desgaste, en el espacio». Michel Serres, The Incandescent.

En el lenguaje simbólico, la rosa se interpreta como una manifestación tangible del tiempo humano, en ella se representa todo lo que nace y lo que muere, y cuando sus pétalos se marchitan lo que dejan tras de sí es un recordatorio de nuestra naturaleza efímera. En la literatura, por ejemplo, los hermanos Grimm pasaron a la historia gracias a esta metáfora en cuentos como Blanca Nieves y Rosa Roja y La Bella y la Bestia, letras que encierran juventud, misticismo o hechicería y belleza. Belleza como condena y melancolía, como augurio de muerte más que de goce y placer.

Una de sus obras, -menos conocida que los anteriores- La rosa, narra un episodio en que  la propia muerte entrega un botón de rosa sin florecer a un joven leñador, mismo que lleva a su casa para cuidarla, pero la mañana en que la rosa florece el joven es hallado muerto. En este relato, los hermanos Grimm no vieron la necesidad de poner la flor marchita como símbolo de muerte, por el contrario, la pusieron en su más bello estado, como si el nacimiento de esa rosa encerrara en sí todas las etapas de la vida, hasta llegar al repentino momento en que se marchita la vida.

En las letras barrocas de Góngora, la rosa es el tópico para la relación entre la belleza y la muerte, misma fórmula que constituye el tiempo humano como algo destinado a perecer, pero cuyos matices en su florecer contienen las sensaciones más sublimes. Esta posibilidad de leer distintas medidas de tiempo, y la relación que puede tener con los materiales y los conceptos, desde el tiempo de la materia hasta el tiempo del Universo hasta el tiempo encerrado en los usos horarios es el eje temático en la obra del artista contemporáneo Emilio Chapela, quien también ha dotado a la rosa de una interpretación propia en su más reciente exposición.

En el tropo barroco de la rosa como alegoría del tiempo, de acuerdo con José Luis Barrios, curador de la muestra de Chapela, «la metáfora alude a cómo un rosa, a lo largo de su vida, no verá jamás envejecer al jardinero, del mismo modo que el jardinero no logrará ver a las montañas crecer, ni los volcanes podrán ver a las estrellas menguar y morir».

«Toda la materia de reflexión poética es el tiempo en el exposición, pero el tiempo no es sólo el reloj, hay muchas otras dimensiones» afirma José Luis Barrios.

Una serie de obras e instalaciones in situ se han dado cita en el Laboratorio Arte Alameda, en una muestra que inicia desde antes de entrar al recinto, gracias al rescate propuesto por Chapela, del uso de los atrios en los templos barrocos, como el que ahora alberga al LAA. El atrio era un espacio público de reunión donde el mestizaje de la herencia indígena con la Iglesia Católica pretendía un espacio de apertura para nuevas ideas y concepciones del mundo. Hoy, en esta área del museo, una jardinera llena de rosas nos recibe con la intención de convertirnos en habitantes momentáneos del Universo artístico de Emilio Chapela, para quien la ciencia entra en diálogo con las preguntas del Humanismo Renacentista, particularmente con la astronomía, en una comprensión estética y poética de lo que eso puede significar.

Esta exposición es una mirada inmersiva frente a los fenómenos del Universo, sobre las medidas en que se ha concebido y se mide el tiempo, desde el tránsito de una rosa que termina por marchitar, hasta el abismo del infinito y cómo eso nos afecta a diferentes escalas. Cómo el cuerpo -y la mente- reacciona ante el tiempo es la trama de la muestra En el tiempo de la rosa no envejece el jardinero,  una invitación a sentir cómo nos atraviesa el tiempo, sin reloj ni convenciones horarias.

El tiempo no es otra cosa que la relación íntima que establecemos entre el cosmos, la Tierra, la vida, la naturaleza y nuestro cuerpo.

Los ríos, la atmósfera, las montañas, los astros y la tecnología están presentes en este proyecto que surgió a partir de una exploración de los observatorios astronómicos del Instituto Nacional de Astrofísica Óptica y Electrónica (INAOE) en el volcán Sierra Negra en Puebla, y derivó hacia otros lugares como el río Usumacinta en Chiapas y Tabasco, y el Volcán Iztaccíhuatl, creando así una reflexión sobre el medio ambiente tanto terrestre como astronómico. Chapela revela así aquello que sentimos cuando miramos al cielo, incapaces de comprender la edad de las estrellas ni la infinita presencia del Universo en relación a nuestra mortalidad.

 «Ante esta brevedad de la rosa, la existencia humana pareciera que no envejece, como el tiempo humano es casi nada ante el tiempo de los árboles en la montaña, y el de la montaña es apenas un instante ante el de las estrellas». José Luis Barrios, filósofo e historiador del arte.

Los latidos del corazón, el ritmo de la frecuencia cardíaca, el movimiento de la corriente en los ríos, la puesta de sol, los eclipses, la fuerza de gravedad y el desgaste de los materiales. En todos ellos el tiempo emerge del corazón de los fenómenos y se manifiesta en ciclos y ritmos variados.

Así, esta exposición explora el registro poético de estas escalas de tiempo, desde las fuerzas y las potencias del tiempo geológico, pasando por las formalizaciones del tiempo humano y terrestre, hasta los modelos con los que la ciencia contemporánea busca medir el tiempo astronómico. Chapela le ofrece al Conejo Blanco, una teoría relativa de aquello que consideramos determinante y rígido, y a quienes visitamos su exposición nos comparte múltiples experiencias sensoriales que demuestran nuestra incapacidad de conceptualizar el paso del tiempo, el engaño de nuestro aparente control ante la ilusión de la existencia que se nos escapa de las manos.

En el tiempo de la rosa no envejece el jardinero, bajo la curaduría del filósofo e historiador del arte José Luis Barrios, es una traducción del tiempo a un posible registro estético-poético que invita al visitante imaginar su paso a través de distintas “escalas”: desde las percibidas por el cuerpo humano hasta las experimentadas ante los astros, a través de las obras más recientes y ex profesas del artista Emilio Chapela.

Visítala hasta el 14 de julio en el Laboratorio Arte Alameda.

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