El arte americano no es sólo estadounidense. La vida americana va más allá de las fronteras con la tierra del Tío Sam. Y afortunadamente, el Whitney Museum en New York está tomando consciencia de ello.
Vida Americana: Mexican Muralists Remake American Art, 1925-1945, es una exposición que marca los ires y venires del Muralismo en México y los Estados Unidos de América. La muestra considera los años de revolución política y social mexicana –los 20–, para explicar cómo en nuestro país se gestó una auténtica vanguardia. Capaz de enfatizar la historia y la estética hasta entonces conformadas en la nación.
No sólo eso: esta exhibición –curada por Barbara Haskell– permite una lectura de las motivaciones ideológicas que posibilitaron a este movimiento artístico. También acerca las interpretaciones y fantasías que se creó EE.UU. al respecto, así como las experimentaciones estilísticas que esto les propició.
Por supuesto, dicho escenario se enmarca para la exposición con las siluetas de «Los Tres Grandes» en la pintura mexicana. Aquellos que prácticamente fungieron en su momento como la Santísima Trinidad del Muralismo y las artes en nuestro país. Quiénes si no Rivera, Siqueiros y Orozco. Pero, bueno. Trascendiendo cualquier descontento que pueda tener el que escribe estas palabras hacia la idolatría de dicha triada, cómo negar su poder e impacto como bastiones del mural mexicano. Sería como querer comer sin abrir la boca.
El contenido de una vida americana
Para Vida Americana la ruta no sólo está trazada por la acción mexicana, sino por las actitudes y actividades desenfundadas por la escena estadounidense. Whitney Museum aborda la inspiración que los muralistas significaron durante sus estadías en aquel país, pero también presta buena atención a lo que sus nombres detonaron desde lejos (o muy cerca). Especialmente cuando consideramos que la crítica se dedicó en esos años a crear casi una mitología del Muralismo y que México representaba una tierra tropical, socialmente comprometida, anti-individualista y fértil. Las artes mexicanas se veían desde el norte extranjero como un campo de producciones enfocadas al cambio y a otros futuros posibles. A otras maneras de ver y actuar.
Lástima que esa imagen progresista pasara a convertirse en un mexican curious. Lástima que el proyecto se vio truncado en la vida real por líderes partidistas.
Pero qué bueno que el Whitney se esfuerce por reivindicar la narración y por sumarla al gran relato de las artes americanas. Qué bueno que el Muralismo se tome como una escuela –con influencias y legados de gran proyección–, para no quedarse sólo en un póster repleto de alcatraces o la ensoñada vida veraniega en San Miguel de Allende.
Es así como somos testigos en pleno New York, ciudad de ríspidas verdades pero alebrestadas ambiciones, ásperas maravillas, de la herencia muralista en el mundo de las artes durante el siglo XX. Allí están los inigualables pintores mexicanos de la monumental escala junto a sus «silenciosos» hijos estadounidenses: Everett Gee Jackson, Ben Shahn, Philip Evergood, Thelma Johnson Streat, Marion Greenwood, Philip Guston, Charles White, Eitaro Ishigaki y Jackson Pollock, entre otros.
Historias destacadas
De entre todos los nodos que ofrece la exhibición, destacan en Vida Americana los dedicados al paso de Siqueiros y Orozco como figuras enigmáticas en EE.UU., así como a la influencia de ambos sobre las exploraciones artísticas de Jackson Pollock.
En cuanto a Orozco, todos sabemos que su obra es la más enérgica y la más oscura. Por ello, cuando presentó sus pinturas Cristo destruye su cruz y Prometeo, los trazos y los colores, especialmente sus volúmenes, marcaron el corazón de Pollock. Tal como también lo hiciera Siqueiros con su mural América Tropical: Oprimida y Destrozada por los Imperialismos; comisionado en Los Angeles durante 1932, pero que fue borrado por ser considerado una extralimitada crítica contra el espíritu «yanqui».
También, hay un episodio en la curaduría para hablar de ese tiempo en que Pollock fue alumno directo de Siqueiros y se vio en sus prácticas un ejercicio mucho menos ortodoxo de la pintura. Con este análisis, incluso salta a la mente la posibilidad –o la cruenta confirmación– de que las bases del Muralismo facilitaron y promovieron al Expresionismo Abstracto en el mundo. Lo cual querría decir que, en efecto, el arte en América dialogó por encima de las fronteras.
De ida y vuelta
La laudable propuesta de Vida Americana es justamente esa. Que apuesta por reposicionar al Muralismo en un sistema rizomático donde se tendieron puentes desde Europa, para entramarse en la compleja vida de este continente y formular movimientos que persiguieran otras maneras de ver, pero también de sentir y actuar. Otras vías que lograran intercambios y consciencias. Que fueran de Norteamérica a otra Norteamérica y después a donde hiciera falta. A donde tuvieran que seguirse pensando las capacidades del arte; sobre todo, si se tenía la intención de que éste ocupara espacios públicos y alcanzara fines más profundos que los de la contemplación ramplona y pseudo-intelectualilla.
Se aplaude que en ese tenor, la revisitación del Muralismo que hoy está en New York contemple a Luis Arenal, Jesús Escobedo, Mardonio Magaña y Alfredo Ramos Martínez, entre otros que deberíamos ir recobrando del destierro memorístico. Nombres que nos ayudarían incluso a dejar de ver al Muralismo como el proyecto univocista de Rivera (¡por favor!).
Trayectorias que nos devolverían, cuando menos, a uno de los preceptos más importantes del manifiesto del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores de 1922: «hacer del arte, que actualmente es una manifestación de masturbación individualista, una finalidad de belleza para todos, de educación y de combate». Una vez entendido eso, o se desecharía o se celebraría, pero recobraríamos las herramientas para seguir haciendo horizonte.
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Vida Americana: Mexican Muralists Remake American Art, 1925-1945 se encuentra en exposición, dentro del Whitney Museum of American Art, New York, hasta el 17 de mayo de 2020. O cuando que el COVID–19 y nuestras políticas públicas nos permitan recobrar los espacios de una vida cada vez más frágil.