Puebla tiene tantas iglesias como bebidas típicas. Por mencionar algunas, están el Licor de 14 tortillas, la Yolixpa, la sidra de Zacatlán, el Chamuco, los Nevados Don Emilio y un largo etcétera. Lo cierto es que entre todos ellos sobresale un elixir muy particular: la Pasita, un licor 100% poblano que desde 1916 es un trago obligatorio tanto para locales como para viajeros.
Sin importar la hora o el clima que haya en la ciudad, uno no puede contener la curiosidad de asomarse en las dos pequeñas puertas que dan directo al Callejón de los Sapos. Entre tantos puestos de chácharas, artesanías y antigüedades, no faltará quien crea que La Pasita es un local donde se exhiben las maravillas más excéntricas de la zona; y aunque en parte eso tiene algo de cierto, las personas no se forman allí para ver sus vitrinas llenas de fotografías, estatuillas de varios países, fotografías y una que otra rareza, sino para probar el licor de uva pasa —caliente y al mismo tiempo refrescante— que le da nombre al bar.
Quien se haya asomado alguna vez a La Pasita, se habrá percatado de los cientos —si no es que miles— de objetos exhibidos en sus vitrinas. Todos ellos recopilados por don Emilio Contreras Aicardo, fundador del bar, y sus familiares.
Sólo para que se den una idea de sus tesoros, hay un frasco con una lagartija de 7 colas; monedas y billetes de diferentes países; un pequeño exhibidor que muestra varios figurines de todas partes de Asia. También exhiben ciertos artículos que más bien son una sátira a la cultura popular, como una herradura del Caballo de Troya, la granada que le valió una mano a Álvaro Obregón y hasta la brocha con la que se pintó el Mar Rojo. Obviamente, todos estos afiches dan fe de que lo que ahí se vende no es precisamente común.
Qué se sirve en La Pasita, de Puebla
Aunque la fila —dependiendo la hora— puede ser larga, el tiempo de espera no lo es tanto. Ya sean las pasitas o los otros licores de la carta, todo se sirve en caballitos apenas perfectos para que uno los beba relativamente rápido y le deje su lugar a los otros clientes que esperan ansiosos. Por supuesto, ésta es una dinámica poco usual en cualquier bar o licorería, pero al ser una zona tan concurrida, tiene algo de sentido.
Por fortuna, La Pasita tiene otra sucursal más amplia a unas cuadras del Callejón de los Sapos, ideal para quienes quieran probar las otras 21 opciones que hay en su carta, todas ellas licores que van desde lo más tranquilo como puede ser el rompope, hasta algo más pegador como el Charro con espuelas o la Sangre de Bruja que, al igual que La Pasita, se sirven en caballitos para que los comensales prueben todos o tantos como puedan.
La Pasita: la cantina más famosa de Puebla
¿Pero qué es exactamente lo que hizo tan popular a La Pasita? Además de lo particulares que son sus locales, dicen que, en sus inicios, más que servirlas en caballitos, las pasitas se despachaban de una forma un tanto más particular: por cuadras o, como algunos las llaman, “camineras”. Al ser una bebida bastante fuerte, uno pedía su pasita de acuerdo con las cuadras que iba a caminar antes de caerse o tropezar a causa del alcohol. Así, quien vivía a tres cuadras y media, podía pedir una pasita de cuatro cuadras para que incluso le diera tiempo de llegar a la cama.
De hecho, para quienes todavía tengan duda de la potencia de las pasitas, un recorte de periódico que se exhibe orgullosamente en ambas sucursales da fe de ello. En 1984, un joven español de 27 años conocido como “El Gran Juan” tuvo una congestión alcohólica después de intentar romper el récord de 100 pasitas, quedándose con la nada vergonzosa cifra de 93 tragos.
Hasta ahora, la única persona que ha aguantado el centenar de pasitas ha sido un personaje —¿o un héroe?— conocido como “El Peterete”, quien en 1920, gracias a su proeza, ganó $ 1,000 pesos de la época y un pase directo al cementerio privado que, según los dueños de La Pasita, tienen reservado para quienes intentan cumplir lo que hoy se conoce como “El Reto Pasita”.
Actualmente, el premio para quien rompa la marca del Peterete es de $ 50 mil pesos mexicanos y los gastos funerarios generados por su hazaña. Aunque, ¿de verdad valdrá la pena morir por 100 pasitas? Quizás habrán personas que digan que sí, pero nosotros creemos que este tipo de placeres se beben despacio para que, con el tiempo, podamos disfrutarlos incluso más de cien veces.