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Gran Premio CDMX

Gran Premio de la Ciudad de México: de fans, haters y cómo nuestros gustos son sociales

Si creemos que nuestros gustos son genuinos e inocentes políticamente hablando, tal vez debamos pensarlo dos veces.

La Fórmula 1 llegó a la Ciudad de México el fin de semana pasado. Bajo el convenio realizado por la Jefa de Gobierno (Claudia Sheinbaum) junto con inversores privados, el Gran Premio de México se mantendrá en la capital hasta 2024. Guste o no, con todas las controversias que acarrea, tan sólo del 5 al 7 de noviembre de 2021, el máximo serial del automovilismo dejó una derrama económica de poco más de 14 mil millones de pesos.

Sin embargo, no basta quedarnos con una simple cifra que refleja la frivolidad de ingresos que de ninguna manera se traducen en bienestar o el desarrollo que necesita este país. Y es que el debate que envuelve a la Fórmula 1 deja entrever un problema histórico que es replicado en todo el mundo por igual, aunque por las circunstancias latinoamericanas se matiza aun más en el contexto mexicano: las enormes desigualdades económicas y culturales.

Más allá de las dos posiciones básicas sobre la Fórmula 1 (aquellos que están en contra y quienes se posicionan a favor, se olvida frecuentemente el sector que se halla en medio, aquellos que sin siquiera advertirlo, terminan por resentir los efectos de la dominación a partir de la desigualdad económica y cultural.

Esto viene a colación para dejar una cosa más en claro: si creemos que nuestros consumos culturales (música, películas, deportes, libros, comida, vestimenta, etcétera) son única y exclusivamente genuinos, producto de nuestra deliberación individual «me gusta porque me gusta»), tal vez deberíamos pensarlo dos veces.

Un verdad conocida

Gran Premio Ciudad de México
Twitter: @F1

Por un lado tenemos a la afición al automovilismo que defiende el espectáculo que el Gran Premio de la Ciudad de México trae consigo, resaltando el nivel de la competición (se trata de nada menos que la máxima categoría del automovilismo en todo el mundo), lo exclusivo de la experiencia y el lujo que entraña, así como los beneficios económicos que genera a la Ciudad y la exposición nacional. Del otro, se ubican aquellos quienes desprecian el evento tildándolo de aburrido, sinsentido, excluyente o pigmentocrático.

Ambos comparten puntos completamente válidos. Que se trata de un evento que deja una derrama económica es indudable, tanto como que se trata de uno excluyente. Pero la cuestión es observar quiénes y desde dónde se enuncian estas posturas; la respuesta tiene que ser franca y fría.

Las entradas para los tres días del Gran Premio de la Ciudad de México van desde los $1,500 hasta los $40,000 pesos mexicanos; esto quiere decir que tiene un público objetivo de clase alta. Las escuderías, los patrocinadores, el merchandising, las zonas de comida y bebida implican un gasto más aunado a la compra de un boleto que resulta inalcanzable para la mayoría.

No obstante, el gusto por un deporte exclusivo y el conocimiento asociado a la Fórmula 1; así como el desprecio por el mismo y predilección por lo más culto es una cuestión de condición y posición de clase.

El gusto es adquirido socialmente

La condición de clase son aquellos medio materiales-económicos-laborales con los que cuenta un individuo en toda su vida, mientras que la posición de clase es producto de la relación entre los individuos-grupos de acuerdo a sus distintas condiciones de clase. Así lo explica el sociólogo francés Pierre Bourdieu en su teoría de capitales y de campos.

Los gustos que los sujetos adquieren a lo largo de su vida no son cuestiones propiamente genuinas, es decir, que ellos elijan por su propio placer espontáneo, sino que están condicionados por su condición y posición de clase. De nuevo, según sus medios materiales y la forma en que se relacionan con los demás a partir de ellos.

Qué música escuchamos, qué películas vemos; qué alimentos-bebidas consumimos y en a cuáles lugares solemos acudir; si visitamos museos o no y a cuáles vamos, qué leemos o no leemos; las marcas que vestimos y por ende nuestro estilo; la manera en la que distribuimos nuestro espacio doméstico y cómo habitamos el mismo; los deportes que practicamos y a cuáles somos aficionados: todos estos consumos culturales están atravesados por la condición y posición de clase.

No sólo eso, sino que los mismos nos son heredados por las instituciones por las que pasamos a lo largo de nuestra vida como la familia, las escuelas a las que asistimos y las relaciones que entablamos con los demás.

De ahí la diversidad de posiciones contrarias, así como aspiraciones y orgullos alrededor de eventos culturales y deportivos como la Fórmula 1.

La otra contraparte del capital económico

Uno de los resultados de poseer un mayor capital económico deriva en cierto tipo de consumos y gustos. Pero existe otro tipo de acumulación que no tiene que ver con lo económico dierctamente, sino que se relaciona de una manera diferente, pero que puede materializarse en algún punto para poder producirlo. La valía de este radica en el estatus intelectual que otorga: el capital cultural; es decir, aquellos conocimientos heredados o adquiridos por un sujeto que tienen un corte más intelectual y generan otro tipo de prácticas y consumos culturales diferenciados.

Pero este capital no dista de la exclusión aplicada por quienes poseen más capital económico. Las galerías de arte, acceso a libros, a ciertas escuelas de renombre (existentes en ambos polos de capitales) y la canónica interpretación de lo intelectual en la cultura humana, sigue siendo sistemáticamente clasista. El capital cultural, así como el económico, son cuestiones que se heredan de generación en generación a unos cuantos.

La tirada final

La polémica alrededor del Gran Premio de México sacó lo más estrepitoso tanto de los aficionados como de sus antagonistas, que desde una posición y condición de clase completamente radical a la realidad de millones de ciudadanos que se encuentran esquemáticamente en medio (y no, no a la clase media), osaron por verter su opinión.

Desde comentarios clasistas derivados del portazo y las manifestaciones de algunos aficionados (suscitados durante el primer día del Gran Premio, cuando la mala organización impidió el acceso a la zona más popular) que levantaron quejas del tipo “el tercer mundo nos está jalando las patas en un evento de primer mundo”, “seguramente son aficionados al fútbol”; hasta su contraparte “para ver autos correr por dos horas, mejor me voy a Periférico” insinuando otro tipo de consumos culturales mucho mejores que el anterior (de un corte más intelectual).

Todo esto solamente indica que la reproducción de la desigualdad y la dominación a partir de los consumos culturales tira de ambos lados: desde los que pertenecen y aspiran a pertenecer a un espectro económicamente alto, hasta los que pertenecen y aspiran a uno prestigiosamente intelectual.

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