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No es fuego, es capitalismo: Bolsonaro y el exterminio del Amazonas

Los incendios del Amazonas no son ningún error, sino parte de una política de destrucción que coloca al sistema económico encima de todo, incluso de la subsistencia del planeta.

Una invasión extraterrestre, una pandemia de un virus letal que muta rápidamente o el impacto de un meteorito de magnitudes mortales: el fin del mundo será poco menos espectacular y nada heroico comparado con las narrativas apocalípticas propias de Hollywood. 

A un tris del final de 2019, la humanidad ha sido capaz de concretar logros que hace apenas un par de generaciones resultaban impensados: enviar una sonda espacial a los confines del Sistema Solar para tomar fotografías de la Tierra del tamaño de un punto, comunicarnos en tiempo real con alguien en las antípodas del mundo, manipular la energía a nuestra conveniencia o duplicar la esperanza media de vida humana en un siglo.

A primera vista, todos los hitos anteriores dan cuenta del gran desarrollo intelectual de nuestra especie; sin embargo, los miles de incendios que ahora mismo consumen al bosque tropical más grande del mundo en tiempo récord demuestran una profunda inconsistencia entre la inteligencia que presumimos y la dureza de los hechos, una desconexión abismal entre nuestra forma de actuar como especie dominante en el planeta (que se precia a sí misma de ser la más inteligente) y la capacidad destructiva del único hogar que conocemos.

Capitalismo, una política de destrucción

Los incendios en la Amazonia no son ningún error, ni siquiera una secuencia de hechos desafortunados. La campaña que llevó a Jair Bolsonaro a gobernar el país más grande de Latinoamérica jamás ocultó el desprecio de la ultraderecha por el ambiente y la protección de la selva amazónica.

Bajo un discurso que privilegiaba el impulso de la industria nacional propio de los regímenes fascistas, Bolsonaro prometió poner fin a las áreas protegidas como reservas naturales y territorios indígenas, reducir la cuota fiscal a las actividades extractivas y salir de los Acuerdos de París, la cumbre más importante respecto al cambio climático.

A cambio, recibió el apoyo del lobby de la industria agroalimentaria y una vez en el poder, desmanteló la política ambiental del país más codiciado del mundo por sus recursos naturales.

En ocho meses de gobierno, Bolsonaro ha desaparecido secretarías y agencias encargadas del medio ambiente, dejado sin presupuesto a institutos reguladores de recursos naturales e intentado en diversas ocasiones otorgar poder al Ministerio de Agricultura sobre las tierras indígenas, una acción que a finales de julio fue resuelta como inconstitucional por el Tribunal Supremo Federal del país.

Ignorancia e industria: una fórmula inequívoca para el desastre

La ignorancia de quienes gobiernan al mundo en temas científicos y ambientales, acompañada de la presión de las industrias más poderosas y contaminantes es una fórmula altamente eficiente para el desastre.

Es en este contexto donde el sistema económico que gobierna a la mayor parte del globo asoma su verdadera cara: el exterminio y la depredación de recursos naturales a cualquier costo, por más irracional que esto resulte, un sistema cuya máxima de ganancia atraviesa cualquier prioridad, incluso la subsistencia misma del planeta como un organismo vivo, como el único sitio no hostil del Universo conocido apto para la vida.

Durante cientos de años, el mundo apareció a los ojos humanos como un espacio infinito no sólo para recorrer y explorar, también como un repositorio inagotable de recursos para explotar. A cinco siglos de que el capitalismo se hiciera global, hoy el modelo de explotación actual de los recursos naturales es sencillamente insostenible. El tema pasó de ser una cuestión ideológica a principios del siglo XX a un principio de supervivencia en el presente. El sistema económico plantea subsistir incluso a costa del planeta.

Un lugar mortal para defensores del territorio

El Amazonas es cada vez menos el último gran resquicio verde del globo y la selva idílica rebosante de vida que se viene a la mente al mencionarlo. En su lugar, es cada vez más un territorio que refiere a la muerte y se conquista a sangre y fuego, con el paso de aplanadoras, helicópteros y máquinas de construcción. Una zona de guerra de baja intensidad donde la intervención de sicarios armados en comunidades que resguardan su territorio e incendios provocados ocurren todos los días.

 También es un sitio especialmente sangriento, el más letal del mundo para los ambientalistas. Brasil (y específicamente la selva amazónica) concentra el 80 % de los asesinatos de activistas y defensores de la tierra, una cruenta cacería que sigue en aumento en América Latina, la región donde ocurren más crímenes de esta naturaleza.

Vale también conocer que los 7 millones de kilómetros cuadrados de la Amazonia no sólo guardan el último bastión natural contra el cambio climático y son reservorio de cientos de especies animales y vegetales, también son el hogar de más de un centenar de pueblos indígenas aislados –grupos humanos que han elegido no tener contacto con el exterior haciendo valer el principio de autodeterminación– y otros que mantienen sus usos y costumbres ligados a los concepto de cuerpo, territorio e identidad, una noción no occidental que permea toda su existencia.

¿Qué queda por hacer al respecto?

Las alternativas a gran escala existen y son costeables. El conocimiento científico acumulado hasta este milenio permite encontrar soluciones energéticas al petróleo, materiales a los plásticos e integrales para frenar la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera y con ello, revertir el derretimiento de los casquetes polares, el aumento súbito de temperatura y la desaparición de los bosques tropicales causados por la actividad humana. 

Imaginar un mundo con energías limpias no es utópico; pero para lograrlo hace falta algo apenas  más difícil que voluntad política y desarrollo científico: es necesario derribar el muro que levantan las industrias extractivistas y contaminantes de todo el globo, un cerco ideológico y mediático sustentado sobre los intereses intocables de miles de millones de dólares que evita que noticias como la del Amazonas tengan cobertura, una agenda dictada a partir de think tanks que toman decisiones en gobiernos locales, nacionales y organismos internacionales, cuyos intereses se interponen a políticas ambientales a gran escala.

 El despertar de una sociedad cada vez más preocupada por eliminar el consumo de plásticos, reducir al mínimo las emisiones de dióxido de carbono y otras acciones individuales a favor del ambiente será insuficiente si los combustibles fósiles siguen moviendo al planeta y la industria petrolera, la minería y todas las actividades extractivistas continúan (por la vía legal o ilegal) consumiendo al planeta.

Si la Amazonia desaparece en las próximas décadas no habrá vuelta atrás en los esfuerzos por detener el cambio climático. La emisión de más y más gases de efecto invernadero a la atmósfera a partir del bosque ardiendo calentará más la Tierra, provocando nuevos incendios y perpetuando un ciclo que alcanzará un punto de no retorno. El fin del mundo tal y como lo conocemos no llegará con la gracia y el suspenso de las tramas de ciencia ficción. Tampoco habrá heroísmo de por medio: el capitalismo seguirá su curso como el evento de extinción del globo, uno un tanto más decadente y sinsentido del que la mayoría imaginamos.

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