¿Qué es la fase 2? ¿Qué tan efectivas son las medidas tomadas por el gobierno de México ante la pandemia? ¿Existen muchos más casos de contagio que los anunciados oficialmente? ¿Es necesario parar totalmente, o se trata de una exageración?
Las posibles respuestas a estas preguntas son un dolor de cabeza, una preocupación que forma parte de una montaña rusa cargada de información confusa y versiones contradictorias, un sube y baja que pasa de la preocupación absoluta a una relajación engañosa. Todo esto impulsado por un entramado político polarizado donde la salud parece lo menos importante.
Para aclarar la situación platicamos con Óscar Sosa, médico especialista en epidemiología y epidemiología hospitalaria, además de recabar información de la Organización Mundial de la Salud y la contenida en el Plan de Preparación y Respuesta ante el COVID–19 de la Secretaría de Salud que explica las medidas, estrategia y predicción de México para la pandemia.
¿Cuáles son las fases de la pandemia pronosticadas para México?
El 12 de marzo fue presentado el Plan de Preparación y Respuesta ante el COVID–19 por la Secretaría de Salud. La dependencia dividió en tres fases estimadas según el avance del brote en territorio nacional:
Fase 1. Importación Viral, en donde se espera detectar los primeros casos provenientes de los países con transmisión local sostenida (es decir, casos de transmisión local).
Fase 2. Dispersión Comunitaria, una vez importado el virus a México, se espera la presencia de brotes comunitarios.
Fase 3. Fase de epidemia, con presencia del virus en todo el territorio y la presencia de brotes de COVID-19 en varias regiones del país.
Aunque los escenarios previstos por la Secretaría de Salud tienen una escala basada en el número de casos (decenas, centenas y millares), la clasificación no depende únicamente de las cifras. Según Hugo López Gatell, Subsecretario de Salud y principal portavoz al frente de la respuesta nacional contra el COVID–19, los criterios principales para considerar el cambio de escenario tienen que ver con la pérdida de reconocimiento de un número sustantivo de cadenas de transmisión y por lo tanto, ni el total de casos, ni su tipo de contagio es esencial para pasar a la siguiente fase.
La fase 2 fue decretada oficialmente la mañana del 24 de marzo en México y supone que existen tanto casos autóctonos de transmisión como una pérdida del rastreo de las cadenas de transmisión, pero…
¿Qué es un caso importado y qué es un caso autóctono?
En epidemiología de una enfermedad infecciosa, un caso importado es en el que la infección se contrajo fuera de la zona donde se diagnostica, mientras que un caso autóctono es el contraído localmente, sin indicios de ser importado ni tener relación directa de transmisión a partir de un caso importado.
“Viajaste y te contagiaste, regresas aquí y contagias a una persona, eso es un caso de primera generación. Cuando esa persona contagia a la siguiente que no ha viajado, es una segunda generación y así sucesivamente”, explica el Dr. Óscar Sosa.
Una vez que se pierde el reconocimiento de estas cadenas de transmisión, es posible afirmar que el virus está circulando en el país y se trata de un brote comunitario, lo que en los escenarios establecidos por la Secretaría de Salud significa el inicio de la fase 2.
Una epidemia larga para aplanar la curva: el reto de los sistemas de salud
“Si tenemos éxito en retardar la transmisión, vamos a tener una epidemia larga y vamos a poder prolongar el momento en el que no tengamos demasiados casos”: así resume el Subsecretario de Salud, Hugo López Gatell, la estrategia de México ante la pandemia.
Como la mayoría de los sistemas de salud alrededor del mundo, el gobierno mexicano apuesta a una epidemia larga para sobrellevar la pandemia: partiendo de la premisa de que un brote exponencial es inevitable, el objetivo inmediato es mantener el aumento sostenido de casos sin una explosión súbita que colapse los servicios de salud.
En este escenario, el indicador más importante a tener en cuenta es la línea imaginaria que representa la capacidad máxima de atención hospitalaria para enfermos graves de COVID–19, una cifra compleja que consiste en 33 mil 119 unidades médicas, 82 mil 892 consultorios y 121 mil 435 camas (sólo 3 mil de terapia intensiva). Todo esto operado por 13 mil médicos y 112 mil elementos de enfermería, distribuidos en 70 hospitales para casos confirmados y 18 destinados a funcionar como unidades de terapia intensiva, todo según el Sistema Nacional de Salud.
En términos reales, la Secretaría de Salud estima que el 0.2 % de la población contraiga la enfermedad, aproximadamente 250 mil personas. De ese cuarto de millón de personas, poco menos del 10% (24 mil 564 personas) requerirá hospitalización sin terapia intensiva y finalmente 10 mil 531 (el .5%) serán considerados como pacientes graves.
No obstante, no todas las camas de terapia intensiva pueden ser ocupadas por enfermos de COVID–19, pues la atención a otras enfermedades y accidentes se mantiene. Si la curva de contagios se aplana y en vez de experimentar un pico crece de forma sostenida, será posible sobrellevar mejor la crisis.
De ahí que, por ejemplo, atender a las 24 mil personas que requieren atención hospitalaria en las próximas tres semanas es un escenario completamente distinto que hacerlo a lo largo de los próximos 5 ó 6 meses.
El distanciamiento social: una medida de cuidado comunitario
A pregunta expresa de qué medidas pueden tomar las personas que forzosamente deben mantener sus actividades económicas presenciales día tras día para subsistir, Óscar Hernández revela que el distanciamiento social es una acción de cuidado que va más allá del beneficio personal:
“En cuanto la gente deja de ir a trabajar o asistir a sus actividades cotidianas, la densidad de personas en la calle y en el transporte público desciende drásticamente, entonces… ¿cuál es el beneficio para terceros del distanciamiento social? al no salir beneficias a los demás. Si yo no salgo, la gente ya no podrá tener contacto conmigo. Entonces se diluye la cantidad de personas en la calle y el transporte público y la probabilidad de contagiar el virus es menor. No va a llegar a cero, pero será menor. Así es como vamos a ayudar a la gente que no puede trabajar desde casa”.
Hernández ejemplifica estas medidas con el transporte público: si en un día normal en el metro resulta imposible conseguir una separación de un metro de distancia respecto a los demás usuarios, el distanciamiento debería reducir efectivamente el número de personas que viajan en un vagón, hasta ofrecer una distancia casi insalvable para la transmisión del SARS-CoV-2.
Los próximos diez días serán el momento crítico para saber si la estrategia de México aprendió de la epidemia del H1N1 hace una década y tomó las notas pertinentes de la experiencia reciente de Wuhan, Seúl, Madrid, Berlín o Lombardía, cuyos resultados llegaron con valiosos días de retraso a nuestro país.
Al riesgo de la pandemia se suma la imposibilidad de parar completamente el país a causa de la precariedad laboral, las leyes laxas que que hacen a México un destino atractivo para la inversión y posibilitan la fuerza de trabajo más barata del mundo (y por lo tanto, la peor pagada) y 52 millones de pobres, resultado directo del capitalismo nacional y la acumulación de ingresos y riqueza en un grupo minúsculo.
Por lo tanto, el planteamiento original es el de un escenario escalonado donde las actividades en la vía pública se reduzcan lo suficiente para disminuir los contagios, pero no tanto como para afectar a millones de familias que viven al día y en palabras del Subsecretario de Salud, “se pueden ir a la quiebra total y padecer una situación crítica si tomamos medidas extremas”. Una declaración que pone de manifiesto al sistema económico como un obstáculo para detener la pandemia que comienza a crecer exponencialmente en México.