El neoliberalismo es uno de los proyectos políticos e intelectuales más exitosos del siglo XX, cuyas bases se mantienen casi intactas hasta nuestros días; sin embargo, referirse a su éxito no es sinónimo de beneficio social, sino de que se ha logrado consolidar como el modelo de acumulación capitalista actual de forma casi incontestable.
¿Qué es el neoliberalismo?
El neoliberalismo es, discursivamente, un conjunto articulado de ideas políticas y económicas basadas en la noción de que el libre desarrollo de las capacidades del individuo depende de la libertad de mercado y de comercio.
Es también una filosofía moral, un conjunto de saberes éticos que, al promover las fuerzas del mercado como valores dentro de la sociedad, guían el comportamiento humano y confluyen de forma orientada hacia el mercado como institución nuclear de la sociedad, vinculando directa o indirectamente la totalidad de acciones humanas al intercambio.
Pero sobre todo, es un patrón de acumulación de capital surgido teóricamente durante la segunda mitad del s.XX, que devenido proyecto de restauración del poder de clase –y a pesar de su inconsistencia lógica como discurso– ha conquistado cada uno de los espacios del terreno ideológico y político, desde posicionarse como la norma dentro de la opinión pública hasta ser la directriz que guía las acciones de gobiernos nacionales, que se hace presente a través de organismos internacionales, posibilitando la reproducción y ampliando la acumulación de capital y con ello, generando la más grande concentración de riqueza y desigualdad social en la historia del capitalismo, todo esto en aras y so pretexto ideológico de la búsqueda de la libertad.
El origen del neoliberalismo
Al inicio de la década de los treinta del siglo XX, el modelo económico requería un vuelco urgente para su rescate: hundido en una crisis económica severa gracias a la Primera Guerra Mundial y al modelo clásico económico (que demostró por primera vez en la época contemporánea que el mercado está muy lejos de ser un asignador óptimo de recursos), era necesario un nuevo paradigma.
Fue ahí donde el keynesianismo entró al rescate, una serie de postulados macroeconómicos que grosso modo, reconocen la voracidad del mercado y su incapacidad para regularse por sí mismo y sin ser radicales, proponen la intervención del Estado en áreas prioritarias, como un administrador que corrige los excesos del libre mercado.
Desde el keynesianismo, el mundo occidental asistió a una etapa de bienestar sin precedentes, con el auge de la seguridad social y reformas como el New Deal estadounidense, que incluyó programas de desempleo, mayor control del sistema financiero y la posibilidad para los obreros de crear sindicatos y dar forma a contratos colectivos de trabajo.
Sin embargo, al final de la década y en la antesala de la Segunda Guerra Mundial, se llevó a cabo un coloquio en manos de diversos intelectuales sobre el rumbo próximo de la economía mundial; a este evento se le conoce comúnmente como “El coloquio de Lippmann”, el cual fue convocado por Louis Rougier en Francia en el año de 1938.
Los postulados de este coloquio comenzaron a retomar el aspecto del liberalismo clásico en cuanto a la democracia; en segundo lugar, la economía retomaba los postulados más clásicos sobre el mercado, dado que se le construía a este como un ente superior técnica y moralmente. Desde una perspectiva completamente liberal, el mercado sería el encargado de arreglar el desastre provocado por el keynesianismo, lo mismo que el avance del comunismo en la Unión Soviética.
Entre los asistentes a este coloquio se encontraban los dos teóricos más importantes del neoliberalismo: Frederich Hayek y Ludwing Von Mises, mismos que en los acuerdos decretados estaban a favor de la recuperación de la corriente liberal para extraerla de las garras de los totalitarismos, como una purificación del liberalismo tradicional, el cual era de un corte más aristocrático.
El gran triunfo consiste en colocarse a sí mismo, y por lo tanto, al capitalismo, como el modo de organización natural del orden social.
Esta corriente prioriza las libertades económicas sobre las libertades políticas, adecuando un plan que pudiese contrarrestar la expansión de lo público. No sólo eso: en la teoría, el neoliberalismo confronta a Estado y mercado como entes antagónicos. Según Milton Friedman, mientras el mercado asegura libertades de toda clase, el Estado es coercitivo por naturaleza.
Sin embargo, en la realidad el Estado es elemental para el neoliberalismo y aparece reformulado para beneficio del mercado y su flujo natural. Únicamente (y con base al derecho positivo, que dentro de este proyecto intelectual el derecho es una ciencia que debe ir por encima del Estado y a la par de las libertades económicas) como vigilante contractual, al pendiente de que no se irrumpa con el flujo del capital, dejándolo ser un ente completamente autónomo, cambiando de esa manera la concepción de lo público, poniéndolo debajo de lo privado.
Con el final de la Segunda Guerra Mundial, el plan del coloquio Lipmann no se llevó a cabo. No fue hasta la década de los 70 cuando un intercambio académico entre la Universidad de Chicago y la Universidad Católica de Chile siembra la primera semilla del neoliberalismo como práctica en Latinoamérica, tras el golpe de Estado que impuso a Augusto Pinochet al frente de la dictadura chilena en 1973.
La junta militar recibe asesoría directa de los Chicago Boys, un grupo de economistas tecnócratas formados bajo los postulados de Milton Friedman y Arnold Harberger, quienes llevan a la realidad por primera vez los postulados tanto monetaristas como liberales sobre los que descansa el neoliberalismo.
Neoliberalismo en México
Esta corriente entra de lleno a México en 1982 durante el periodo presidencial de Miguel de la Madrid, quien en el mismo año firmó la primera Carta de Intención con el Fondo Monetario Internacional y en 1986 integra a México a lo que hoy es la Organización Mundial del Comercio. Desde entonces, México asiste a una serie de reformas que tienen como objetivo ‘liberalizar’ la economía; es decir, abandonar progresivamente los cimientos del Estado benefactor (y las áreas estratégicas destinadas al Estado) para dar su administración a empresas privadas.
El punto más álgido del neoliberalismo en el país llegó de la mano del presidente Carlos Salinas de Gortari, pues su entrada al gobierno ideológicamente era compatible con el legado neoliberal que había dejado De la Madrid.
El sexenio de Salinas de Gortari fue profundamente técnico y economicista, pues la mayoría de secretarios en su gabinete provenían de escuelas extranjeras, principalmente de corte estadounidense, de la llamada Ivy League conformadas por Harvard, Yale, Princeton, etcétera. Su formación hizo que los apodasen tecnócratas.
La tecnocracia impera en carreras liberales tales como la administración, administración pública, contaduría y economía, solamente por nombrar algunas de las tantas existentes (y para efectos prácticos, cuando se trata de gestionar un gobierno y país). Sus características versan en el pragmatismo, cortar siempre por la vía más práctica en función del riesgo, beneficio y su costo.
Esto permitió la reformulación de políticas públicas y reformas constitucionales dedicadas a liberalizar la economía nacional, como en los artículos 28, 73 y 123 que provocaron la privatización de la Banca, quedando subordinados a las políticas del Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional. Así como al artículo 27 respecto a las tierras, donde con su transformación los ejidatarios podían realizar la venta de sus tierras a empresas extranjeras.
Y por último, el ingreso al Tratado de Libre Comercio México, Estados Unidos y Canadá (TLC) en 1994, una política que abrió un flujo, inyección y derrama económica ininterrumpida entre los tres países a partir de las importaciones de productos e intercambio de mano de obra en ciertas actividades primarias y secundarias. A la larga, una relación profundamente desigual que pauperizó a la clase trabajadora en México y dejó sin posibilidades de competir al agro nacional frente a los Estados Unidos.