La época de oro del cine nacional, como todo en la vida, estaba llegando a su fin tras un camino labrado con glamour y estrellato, sus hacedores caían lentamente en un abismo de aburrimiento y cansancio que se notaba en cada historia proyectada en la pantalla grande. Para mediados —casi finales— de los 50, las historias eran repetitivas y los guiones se llenaron de clichés aburridos, Pedro Infante había muerto y la decadencia era inminente, pero había un espectador en primera fila observando cómo la industria que alguna vez resonó en el mundo entero, se apagaba cual veladora en Macario: Carlos Enrique Taboada, un cineasta joven cuya propuesta marcaría un antes y un después en la cinematografía mundial.
Por supuesto que el joven y poco experimentado Taboada no era consciente de que sus ideas robarían la atención del público y los críticos, pero estaba seguro de que su pluma tenía que conocerse de alguna manera, y gracias a ello, escribió Kid Tabaco en compañía de Zacarías Gómez. ¿Qué podía salir mal? Nada. Sin embargo, todo se fue en picada cuando su relación con el director se fracturó por diferencias creativas. Entonces Taboada fue iluminado por un halo de luz mortal, casi infernal, que lo llevó a definir su camino en la industria. No más producciones simples y llanas, no más duplas, no más guiones pensados en el dinero (escaso para el cine, por cierto), ahora había que darle un ultimátum a quien dirigiera sus palabras y tras una tetralogía de guiones sobre Nostradamus, nació un nuevo Taboada, el cineasta, el que guía sus propias palabras, el que rompe esquemas, el Duque del terror, el que simplemente abrió una puerta que nadie se ha atrevido a cerrar: el terror nacional.
Taboada, el que temía
Tras un intento de llevar sus obras a la cumbre, se mantuvo detrás de ellas para que otros dirigieran sus ideas; no obstante, Taboada no era fácil de entender. Las películas que narran las aventuras de Nostradamus son fascinantes, pero no logran mostrar la esencia real de cada palabra escrita. Lo mismo ocurre con El espejo de la bruja, de Chano Urueta, que aunque es una cinta obligada para los amantes del cine de terror, sigue estando carente del sello del Duque del terror.
Así, tras fuertes golpes de la vida y pocos resultados satisfactorios, Carlos Enrique Taboada debutó como director con La recta final, una cinta cargada de suspenso e intriga, poco común para la época. No sorprende que el cine transgresor no tenga éxito comercial si a mediados de los sesenta la juventud buscaba con ansias hacerse oír, mostrarse como personas y no como objetos disponibles para el sistema. Así, ante esta incertidumbre y como un intento más de mostrarle al mundo que sus guiones eran mucho más que simples películas, en 1969 estrenó una de las mejores cintas de terror mexicana, Hasta el viento tiene miedo. El resto es una historia que transformó a Taboada en el aclamado y bien merecido Duque del terror.
El terror como arma de dos filos
Carlos Enrique Taboada no midió la satisfacción que le daría crear sus propias piezas desde cero. Manejó a los personajes a su antojo, les dio vida propia y los introdujo en escenarios que poco tenían que ver con el pasado. Tenía que sobresalir entre películas llenas de sexo sin sentido, chistes forzados, esteretipos clasistas marcados y actores poco talentosos. Esta fórmula se repetía con mayor frecuencia en las historias que, gracias a las llamadas sexycomedias, no dejaban de producirse.
Taboada, lejos de enfrentarse a ellas, tomó los elementos que las caracterizaban y los transformó a su estilo, por lo que el terror del que era fiel amante se volvió un arma que sabía usar con diferentes objetivos. Entonces, vemos que en su obra maestra, Hasta el viento tiene miedo, hay mujeres jóvenes y sensuales, para los sesenta sólo podía significar una horda de hombres cosificando sus cuerpos en una sala de cine; no obstante, el escenario no estaba puesto para que ellas fueran devoradas por el sistema, sino que las mostró en su faceta más incómoda, una en la que a pesar de las dificultades sociales, se liberaron de la cadena patriarcal, ¿cómo? Siendo mujeres que disfrutaban de la música, de la compañía entre amigas, del sexo por placer propio y que eran súmamente valientes al unirse en contra de un enemigo en común.
Pero no sólo hablamos de Hasta el viento tiene miedo, con una Norma Lazareno haciendo un streaptease que culmina en un grito ahogado y, claro, una Marga López representando una especie de Satanás villanesco que aturde y no decepciona. Hablamos también de Más negro que la noche, una película en la que Taboada mostró la vida de las mujeres de los 60, pero no esa en la que viven a la sombra de un hombre, sino aquella en la que hacen su vida en comunidad con trabajos estables, estilo desbordante y con la capacidad de tomar las riendas de su vida, así que tras un divorcio, placeres e independencia, un grupo de mujeres jóvenes se tienen que enfrentar al fantasma de una anciana que sólo quiere que le cuiden a su gato, ¿es mucho pedir?
Tal vez estamos adentrándonos en las aguas más profundas. No cabe duda de que Taboada no sólo pretendía asustar a quien veía sus películas y exigía un análisis más allá de lo mero superficial, pero bien elaborado. Las mujeres con personalidades estridentes y los niños con lados ocultos resuenan como sus características principales, es decir, le dio el valor real a las personas, porque nadie quería seguir viendo hombres como personajes principales.
Entonces, el despertar sexual y los entes más oscuros se hacen presentes en casi cualquiera de sus filmes. Por ejemplo en El libro de piedra o en Veneno para las hadas los niños, esos seres inocentes incapaces de ser perversos, se introducen en un aura tan oscura que se vuelve aún más espeluznante. Los niños juegan un papel peligroso en la filmografía de Taboada, ya que se muestran como lo que son, seres que sienten, que sufren y que como cualquier adulto, tienen un lado malvado que busca divertirse a costa de otros, incluso, sacrificando su propia cotidianidad.
Ahora bien, además de los niños y mujeres representados como personas con matices de colores, porque la bondad y la maldad no son la dualidad exclusiva en un ser, Taboada se sostiene de aliados malignos con historia previa, una oscura y trágica que los orilla a ser los villanos de sus películas, pero no con las características comunes de un ser malvado, sino con una amplia gama de sentimientos que socialmente conocemos como negativos, aunque en realidad, ellos sólo buscan aceptación y entendimiento, muchas veces, pedido de formas poco convencionales y dañinas para los demás. Ahí están Bernarda, Hugo, Becker o Verónica. Todos muy diferentes y al mismo tiempo iguales. Ellos, sin pensarlo se convierten en los protagonistas de sus películas, recurso impensable en el cine nacional que siempre ha presentado a los “buenos” como los centrales, mientras que “los malos” son desterrados del cariño del público.
El terror es un arma de dos filos, decíamos unos párrafos atrás, y con ello nos referimos a que Taboada utilizó este recurso poco frecuente en la filmografía nacional para mostrar los estragos del mundo en los jóvenes, principalmente, como la llamada tetralogía conformada por Hasta el viento tiene miedo, El libro de piedra, Más negro que la noche y Veneno para las hadas. Sin duda sus cuatro obras cumbre llamadas “terror gótico”. Esto, al menos para nosotros, es un tanto injusto, pues no sólo se trata de asustar y generar fobia a los gatos, a las noches lluviosas o a los niños, sino que es un llamado colectivo a la apertura, a dejar atrás los clichés y a distinguir que los seres vivos (y algunos muertos) tienen historia propia llena de formas, no son unilaterales.
El legado que continúa
Ya entendimos que el cine de Carlos Enrique Taboada no es sólo de terror, sino que pretendía mostrar el lado más humano de los fenómenos —irónicamente— más inexplicables del mundo. Esto se impregnó en el cine nacional en general por dos razones: la primera es que Taboada siempre fue muy hermético respecto a su vida personal por lo que poco se sabe de su infancia, salvo que sus padres eran los actores Julio Taboada y Aurora Walker, lo que lo hizo interesarse en el cine desde niño; o bien, no sabemos qué o quién lo influyó para hacer cine de terror. La segunda es que su forma de ver el cine mezclaba la normalidad que vivimos con el miedo como sociedad post guerra (llámese Revolución Mexicana, Vietnam, la Segunda Guerra Mundial o, incluso, Irak), entonces, si el mundo es capaz de tolerar este tipo de actos, puede fácilmente entender que una mujer es libre de hacer con su cuerpo lo que quiera o que un gato puede ser el enviado de su dueña de ultratumba a cuidar su bienes, incluso que una niña es capaz de herir a otros.
Esto se quedó no sólo en el imaginario colectivo, sino en cada sujeto que se jacte de amar el terror, ya que otros directores han declarado su fascinación por el cine de Taboada llevándolo, incluso, a sus propias obras. El ejemplo más claro es Guillermo del Toro, quien ha asegurado que el parteaguas que le brindó Taboada al cine no es más que el camino que él ha podido recorrer sin tanto tropiezo como en su tiempo el Duque del terror lo hizo. Quentin Tarantino también ha tomado elementos como los detalles poco vistos o que requieren mejores dioptrías críticas para darle vida a sus personajes.
No por nada tiene el título de Duque del terror, pues no hay nadie que haya tenido una mejor carrera basada en el miedo, en la sociedad y en el abismo sentimental que él. Porque, a decir verdad, ahondamos poco en otras producciones, pero cabe señalar que en su haber hay terror de todo tipo, no sólo el de fantasmas y demonios. Por ejemplo, Rubí está cargada de sexualidad y ambición, pero causada por un contexto de pobreza y estereotipos femeninos que una mujer debe llevar a cuestas por el placer de los demás. Lo mismo ocurre en El deseo en otoño, película que muestra un amor lésbico no correspondido sin necesidad de explicar al público lo que ocurre, ya que para él el amor era amor, simple; no obstante la presión social y las ideas —nos atrevemos a decir— arcaicas sólo limitaban a las personas de los 70, una década un tanto más libre, pero aún así, sometida.
Todo ello, probablemente, llevó a Gustavo Moheno o Julio César Estrada a realizar remakes de sus cintas, impregándolas con detalles como la homosexualidad y el sexo a manos llenas, pero de forma grotesca y sin sentido. Taboada nunca lo convirtió en un circo, sino que era un detalle más. Ahora sabemos por qué las nuevas versiones fracasaron y se volvieron risibles.
Fun facts
Alrededor de Carlos Enrique Taboada hay mil historias que se cuentan, pero su filmografía está plagada de datos curiosos que le dan un plus al misterio que le rodea:
• En Veneno para las hadas no mostró las caras de los adultos para reforzar la individualidad de los niños, pues Taboada decía que nadie es tan inocente, todos los seres humanos poseen un poco de bondad y un poco de maldad en términos netamente sociales.
• Incursionó en la televisión con La Telaraña, una serie de terror con guiones elogiados por la crítica.
• Durante la filmación de Veneno para las hadas, se presentaron algunos eventos paranormales, incluso entre los minutos 9:22 y 9:26 la cabeza de la muñeca de Verónica (Ana Patricia Rojo) hace un movimiento extraño y entre tomas se vislumbran apariciones extrañas o sombras.
• Su obra más costosa no es de terror fantástico, pero sí real. La guerra santa es considerada una de las que mejor retrata al pueblo consumado por la avaricia de los altos mandos del país, incluso la compararon con Los olvidados de Luis Buñuel.
• Siguió hasta el cansancio a dos actores que como él, son iconos del terror en México: Ignacio López Tarso (por Macario) y Germán Robles (por El Vampiro) y los unió en Rapiña, una película más de suspenso que de terror.
• No siempre hizo terror gótico, sino que se sumó al suspenso y al miedo “real”, con una serie de cinco filmes: El arte de engañar, El deseo en otoño, El negocio del odio, La fuerza inútil y Rapiña.
• Sus cartas fuertes siempre fueron Marga López, Maricruz Olivier, Norma Lazareno y Alicia Bonet. Curiosamente, las cuatro aparecen en Hasta el viento tiene miedo.
• Se dice que existe una maldición sobre Jirón de niebla, la que sería su quinta película de terror, pero no recibía apoyo económico, por lo que la filmó pobremente en un VHS, mismo que fue raptado y ocultado hasta perderse; no obstante Julio César Estrada compró los derecho de la misma y reclutó a María Rojo, Joaquín Cosío, Arcelia Ramírez y José Ángel Bichir, pero no tuvo éxito, ya que aunque es un fiel seguidor del cine de Taboada, no logra aterrizar sus ideas. De él es el remake fallido de Hasta el viento tiene miedo.
• Tiene una selección de cuentos de terror escritos por él y también hay piezas de literatura sobre su obra.
• Se cree que en Scary Movie 2, hay una referencia a Hasta el viento tiene miedo, pues cuando están llamando a Cindy a lo lejos, lo hacen como Andrea llamaba a Claudia en la oscuridad de la noche.
• Tras filmar Guerra Santa, cinta en la que aborda un tema político y dramático del México del siglo XX, Taboada desapareció del panorama por siete años, lo que despertó la teoría de que estaba amenazado por el gobierno en turno. Lo cual explicaría por qué la película no tuvo mucho éxito en taquilla.
• Taboada no vivirá por siempre en nuestros corazones, esta frase es insulsa y no le hace justicia a su trabajo, pero sí podemos decir que no hay cine de terror que refleje el México del siglo XX como el de Taboada. Su filmografía fue rebelde y transgresora, se rió del gobierno, le echó en cara a la sociedad sus tabúes y sobre todo, abrió paso para que otros pudieran hacer cine sangriento, voraz, aguerrido sin censura. Sus guiones son espléndidos y los personajes, principalmente los femeninos, no son más que un reflejo de lo que siempre quisimos: libertad y humanidad.
Larga vida al Duque del terror.