Exiliado, artista y filósofo. Luis Buñuel puede definirse con esas tres palabras en y a través de su cine. Una filmografía que ahonda en las naturalezas y extranjerías del mundo. De la crudeza parisina, la política española y la sexualidad mexicana. Su trabajo, un ataque a las instituciones y las lecturas univocistas de la cinematografía, es resultado de un enérgico desdoblamiento del lenguaje y la construcción no de personajes, sino de humanos. Criaturas de una moral acuarela y una psique poligonal. Buñuel, fue y será el maestro de la cinta que estalla conciencias y geografías.
Con más de 30 largometrajes, Buñuel es autor de casi medio siglo de incendios. Chispazos que mayoritariamente se dieron en México –un período subestimado aún– y en una Francia que revolucionaba al mundo del celuloide. Con inexorable fama de surrealista y de blasfemo enemigo público por el Vaticano y la España franquista, sus películas son tanto levantamientos políticos como experimentaciones estéticas.
Ejercicios que, como bien decíamos, le suelven en una figura de distintos motes y le enarbolan como creador sumo del cine que de verdad es cine. De aquél que, según Walter Benjamin, emanciparía al hombre.
Para recordar al director que con su terribilidad llenó de placer al ojo-corazón del público mundial, sus producciones más notables en suelo mexicano:
Los Olvidados (1950)
Con unos excepcionales Roberto Cobo y Alfonso Mejía, esta joya mal llamada «neorrealista» retrata un escenario mexicano en que, con parodia y sátira, la clase baja no es el buen corazón de la sociedad que tanto se esmeró en compartir Nosotros los pobres, por ejemplo. Al contrario, es esa cuna de podredumbre atroz. Creadora y ubérrima, pero vil y fiera al fin.
Cabe destacar que Jorge Negrete se oponía a la grabación y distribución de la película –junto a la llamada Liga de la Decencia–, por su trato «miserable» del mexicano. Sin embargo, esto no impidió que la cinta fuera galardonada en Cannes y los Ariel de 1951.
Susana (1951)
Rosita Quintana da vida a una mujer cuyos lujuriosos instintos no le dejan descansar. Pulsiones que encuentran la huida de un reformatorio que le enclaustraba y le llevan a un rancho para convertirse en la carne del deseo para los hombres que allí habitan. Otro escándalo para el espectador mexicano de los medio siglo XX.
Él (1953)
Un festín de crisis masculinas y episodios de paranoia protagonizado por el gran Arturo de Córdova. De vuelta en los márgenes de la sexualidad en México, Buñuel proporciona un hombre obsesivo y delirante que sirvió para las conferencias de Jacques Lacan.
Nazarín (1959)
Protagonizada por Francisco Rabal, Marga López, Rita Macedo, Jesús Fernández e Ignacio López Tarso, este filme se basó en la novela homónima de Benito Pérez Galdós. Una historia en torno a un humilde cura, quien comparte su pobreza con los necesitados y cuyas buenas intenciones desatan inusitadas naturalezas del ser humano.
Viridiana (1961)
Silvia Pinal no podría ser más que perfección bajo el ojo director de Buñuel. Este largometraje, aunque ganador de la Palma de Oro en Cannes, fue objeto de denuncias por su alta subversión católica y social. Una obra que conjuga análisis de moral, filias y crítica religiosa.
Simón del desierto (1965)
La última cinta de Buñuel en México. Con la participación de Claudio Brook y Silvia Pinal, esta película tenía la intención de ser parte de una antología –Federico Fellini y Jules Dassin fueron originalmente seleccionados para crear viñetas, pero los planes fracasaron debido a las demandas del productor–.