No hay auténtica revolución en el mundo de la música, el baile y la moda que no haya nacido —o cuando menos germinado— en el underground; y Renaissance de Beyoncé es un homenaje a esos orígenes. Éste no es un álbum cualquiera. No es una colección de canciones dance que no tienen nada más que ofrecer. En el sentido más experimental posible, bien podríamos nombrarle un DJ set progresivo. Un repaso no sólo histórico del clubbing y de cómo ha evolucionado la música bailable, sino una revisión entera y profundamente curada en torno a los sonidos y los pasos que nos han hecho libres. Que se dieron en los sótanos y en la periferia. Que significaron una oportunidad de vivir bajo reglas propias.
Desde el primer corte de esta revisitación, Break My Soul, ya se identificaba algo familiar de fondo para quienes hemos tenido que bailar en la oscuridad. Para los segregados. Esos que «nunca harían nada con sus vidas». Sonidos y vocalizaciones que despertaron en el ghetto de Chicago y New York —en sus versiones menos romantizadas—. Ritmos heredados a cualquier parte del mundo donde existiéramos aquellos para los que la escuela tampoco fuese un futuro o que tuvieran que avergonzarse por ser quienes son. Un baile para honrar las calles que han sido hogar. Para celebrar la jotería y la pluma que se «debía esconder».
Esta séptima entrega discográfica de Queen B es eso. Y más.
Renaissance de Beyoncé
Montando un caballo de fantasía —como lo hiciera Bianca Jagger en el ’77 para festejar su cumpleaños en Studio 54—, la reina del R&B entra a nuestras vidas de manera muy distinta esta vez. Más enérgica. Profunda y llena de rabia, quizás. Eclesiástica —como le gusta pintarse a sí misma— en los templos del queerness y ungida en las aguas de la revuelta.
Ésta ya no es una Bey como la de hace veinte años, la cual se movía al compás de MTV. No es la chica que bailaba en los callejones inventados de Crazy in Love. Es una mujer creativa que ha crecido y madurado artísticamente; a quien hemos visto expandir sus horizontes y sostener proyectos cada vez más reflexivos. Más comprometidos con su propia forma de pensar, pero también con la de quienes le escuchan a diario.
En ese sentido, Renaissance es un paseo desde los años 70 hasta los 90, desde el cual es posible analizar —con una perspectiva tremendamente contemporánea— la influencia de la cultura negra, latina y queer en el mainstream. Pasando por el post-disco, el funk, el rhythm and blues, el house, el afrobeat y el techno, hundiéndose salvajemente en el breaking y el voguing, con letras reales que juguetean entre la violencia, la sensualidad y lo espiritual, Beyoncé nos tiene preparada una lección musicológica que no esperábamos. Que, de hecho, no sabíamos que era tan urgente.
Renacimiento… ¿y revelaciones?
Uno de los puntos más altos de este primer acto en la nueva producción de B es el foco que arroja sobre el origen de ciertos sonidos. De ritmos que han moldeado a la cultura popular y que se dieron en un circuito racializado. Lleno de segregaciones. De discriminación heteronormativa. Nos recuerda que el house y el techno, por ejemplo, no se dieron en ningún otro lado más que los clubes de Chicago y Detroit, a manos de la comunidad negra. Que el break mamó de esa fertilidad creativa. Que el voguing se construyó en ese escenario. Ni hablar de las líneas que se dibujan en el Miami-bass, el hip-hop y el freestyle desde la comunidad afrodescendiente y latina.
Y aunque al escuchar los tracks que componen al Renaissance de Beyoncé es claro que estas lecciones de historia no llegarán como por arte de magia, su poder radica en otro alcance. Sabemos que ni la teoría crítica ni estos recuentos biográficos van a llegar transparentes a todos los oídos que le han dado play. Y que, vaya… no es siquiera necesario que así suceda para quienes —sinceramente— no les importa ni la historia social ni artística de la periferia. Lo que es de verdad impresionante, entonces, radica en su poca necesidad de explicación. En hacer que la música sea el lenguaje. El vehículo para celebrar a su comunidad, al impacto de ésta en el panorama general y a la pista donde bajo un mismo beat nos volvemos un poco menos «nosotros» y nos acercamos más a un sincero (y plural) «todos».
El placer de bailar Renaissance
Esta entrega es una clase privada de baile que nos trae a cuenta el glamour y la felicidad con que las personas racializadas, discriminadas o segregadas afrontamos nuestra lucha constante por el respeto. Por aceptar y entender nuestra belleza fuera del canon —un guiño especial a las categorías que conforman una competencia ballroom—. Por ser parte del mundo a nuestra muy personal manera. Toni Morrison dijo alguna vez: «La verdad está en nuestros mitos, en nuestras canciones; allí están las semillas. No es posible mantener constantemente la crisis; hay que tener amor y hay que tener magia. Eso también es la vida». Y sí. Ello explica la fantasía de los sonidos y los pasos que se generan desde el under hacia la cultura de masas, en un entremezclado sentido político y estético de nuestra parte. Bailamos para celebrar y afianzar la vida que nos ha sido negada. Para abrazarla.
En repetidas ocasiones se ha dicho, por ejemplo, que el blues nació del dolor. Pero esas son mentiras que replica la gente que no quiere entender de verdad. Lo mismo sucede con estos otros elementos de la cultura negra, latina y queer. Sí, subyace un contexto bastante desagradable —por decir lo menos—, pero las artes nos hacen viajar a un mundo posible y que estamos seguros que será. El break y el voguing, volviendo a la documentación de Renaissance, son una de las varias expresiones de optimismo y afirmación que este disco recoge. De que estamos aquí.
Renacer = presencia
Y, efectivamente, de eso se trata Renaissance —tanto para su artista como para el resto de nosotros—. De volver. Regresar después de la muerte. Recuperar espacio y vigencia. Hacernos presentes.
La cartografía y el archivo cultural de la heteronormatividad blanca y generalizada en todo el mundo no tiene idea de nada de lo que acabamos de traer a la memoria en estas líneas. Muy probablemente no ve el ejercicio documental que este acto de Beyoncé logra. Es seguro que su corazón no late igual de fuerte cuando escuche el sampleo de Cunty para el track de Pure/Honey, o la legendaria voz de Kevin Jz Prodigy en Break my Soul. Es muy probable que un hombre cisgénero no se estremezca ante las poderosísimas palabras de una mujer como las que escuchamos en Church Girl y All Up in Your Mind.
Pero está bien. Porque este proyecto no está hecho para ellos. Sí, que lo pongan y que lo bailen. Incluso, que nos vean fiestear. También tienen derecho a gozarlo. Pero este compendio de ritmo está diseñado para (nos)otros. Para sostenernos con fuerza y seguirnos defendiendo en un momento clave donde la homofobia —atención a los discursos de odio alrededor de la viruela del mono—, la transfobia, la misoginia y los crímenes raciales parecen gozar de una nueva (y maldita) ola. Reanaissance llegó para que sepamos —y honremos— nuestro alcance y sigamos compartiéndolo. Para existir.