Miccailhuitontli y Huey Miccailhuitl: las fiestas prehispánicas que dieron origen al Día de Muertos

Sí: el Día de Muertos nace del sincretismo entre las tradiciones indígenas y cristianas, pero ¿cómo se fusionaron para recordar a los difuntos y por qué tuvo éxito?

A diferencia del pensamiento cristiano, donde el destino del alma de los difuntos depende enteramente de sus acciones en vida, en el mundo náhuatl prehispánico la última morada del tonalli (la entidad anímica equivalente al alma) se definía según la manera en que cada persona había muerto. Mientras en la tradición católica el comportamiento en vida era juzgado para decidir su camino al cielo, el infierno o el tránsito en el purgatorio, los nahuas concebían cuatro moradas para los muertos y con ellas, cuatro fiestas distintas para recordarlos:

Mictlan era el destino de quienes morían naturalmente a una edad avanzada, o bien, de enfermedades que no estaban relacionadas con lo sagrado. Simbólicamente, las muertes de esta naturaleza representaban al Sol ocultándose por el poniente. El camino a Mictlan conlleva un descenso de nueve niveles. Del primero de ellos, el río Apanohuaya, viene la icónica imagen del xoloitzcuintle pardo que funge como guía y ayuda para cruzarlo. El último paso conlleva un encuentro con Mictlantecuhtli, el señor de la morada de los muertos. La fiesta en honor de quienes residían en el Mictlan recibía el nombre de Tititl.

Tlalocan era el sitio al que llegaban quienes morían ahogados, tras el impacto de un rayo, quienes sufrían de lepra o hidropesía. Se trata de la morada de Tláloc y desde la visión novohispana, era considerado un símil al paraíso terrenal cristiano, con maíz, frijol y toda clase de flores, frutos y verduras abundantes. La fiesta para recordar a los difuntos alojados en el Tlalocan era el Tepeilhuitl.

Origen día de Muertos
Foto: Roger Ce / Unsplash

Tonatiu Ichan, la morada del Sol, era el lugar donde residía Huitzilopochtli y el destino de los guerreros que morían en combate o en sacrificio, además de las mujeres que perdían la vida durante el parto. Y el último sitio era Cincalco, la “casa del maíz”, donde iban los niños que nacían muertos o bien, pequeños que morían antes de dejar la lactancia materna. Las festividades para conmemorar a los muertos que iban a Tonatiu Ichan y a Cincalco aportan la mayor cantidad de pistas para rastrear históricamente el origen del Día de Muertos

La fiesta ligada al Tonatiu Ichan comenzaba con el Miccailhuitontli “pequeña fiesta de los muertos”, que se celebraba en agosto y se extendía con la llegada del Huey Miccailhuitl, la “gran fiesta de los muertos” en octubre. Hasta antes de la Conquista, ambas festividades incluían ceremonias rituales para encaminar el alma de los difuntos, danzas, creación de ramilletes florales y guirnaldas, la siembra de distintos tipos de plantas y sobre todo, los miccacuicatl, cantos que evocaban a los muertos e incluían metáforas que expresaban el dolor de la pérdida.

“Cada año, durante cuatro años, se recordaba a los difuntos en las fiestas cuya fecha dependía de la manera en que habían muerto y por ende, del lugar al que se dirigían. Además del recuerdo en sí, los ritos correspondientes a estas celebraciones tendían a ayudar al difunto en su viaje en el inframundo”, explica Patrick Johansson, investigador y académico experto en lengua y cultura náhuatl de la UNAM.

El Día de Muertos tras la Conquista

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Foto: Patricia Zavala / Unsplash

El sincretismo que definió al Día de Muertos como lo conocemos llegó con la Conquista, tras la caída del mundo nahua y la cosmovisión mesoamericana. Si bien el arraigo por las festividades prehispánicas significó una resistencia cultural que, como otras tradiciones nahuas, siguió celebrándose en secreto, los rituales mortuorios fueron condenados desde la visión cristiana y prohibidos por la Iglesia. Con el calendario litúrgico implantado en los territorios recién conquistados, las conmemoraciones de del Día de Todos los Santos y el Día de Fieles Difuntos se celebran “entre españoles y, como las demás ceremonias cristianas, se realizan pronto en las comunidades indígenas evangelizadas, bajo el control del clero español”, explica Johansson.

No obstante, a partir de la similitud numérica entre las dos conmemoraciones cristianas y el par de fiestas indígenas dedicadas a los difuntos, los elementos de ambas festividades comenzaron a fusionarse. Los festejos del Miccailhuuontli y Huey Miccailhuitl se trasladaron de agosto a noviembre, para empatar con el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos consecutivamente.

“La articulación binaria del festejo cristiano en fiesta de Todos los Santos y día de Fieles difuntos coincidía curiosamente, aunque en fechas distintas, con dos fiestas indígenas de muertos: Miccailhuitontli y Huey Miccailhuitl”. Desde la perspectiva del experto, al principio la fusión causó inquietud en los españoles; sin embargo, el nuevo entramado respondió efectivamente al contexto posterior a la Conquista en una sociedad convulsa: “Este hecho propició sin duda una asimilación relativamente fácil de la ceremonia por los grupos indígenas que tenían así la posibilidad de recordar a sus difuntos sin ocultarse”, detalla.

De ahí que el Día de Muertos en realidad se extienda durante dos días: el primero de noviembre, que conserva alguna reminiscencia a los festejos del Miccailhuitontli como fiesta de los muertecitos, y el dos de noviembre, dedicada a los adultos en general, una fusión del Huey Miccailhuitl «gran fiesta de los muertos» y del Día de los Fieles Difuntos.

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Alejandro I. López
Economista crítico. Editor Digital.

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