«¿Y por qué querría un fabricante de muebles producirme una película a mí? Que no soy comercial y no doy dinero», preguntó Buñuel. «Porque me ama, Don Luis», respondió Silvia Pinal. Palabras más, palabras menos, ésta fue la conversación que —de acuerdo con la misma actriz— se sostuvo con el cineasta frente a la propuesta de que Gustavo Alatriste, entonces esposo de Pinal y empresario dedicado a la decoración, produjera sus películas.
Esta rápida respuesta de pasión, genuino interés por formar parte de su filmografía y hasta persuasión conyugal fue suficiente para que el director aceptara. Para que, así, se diera comienzo a una de las relaciones más extraordinarias en el cine mexicano. Una que, de hecho, logró hacer de Buñuel un auténtico director de este país.
Cuesta un poco creer que la actriz hoy convertida en meme por las nuevas generaciones por su serie Mujer: Casos de la Vida Real —un show también revolucionario para la televisión mexicana— haya huido de España con las cintas de Viridiana (Buñuel) en mano para salvarlas de la destrucción franquista. Esto da para una película en sí misma; ya sea de Pinal o del cineasta español. Es asombroso pensar en la pericia de esta mujer para rescatar una de las joyas más grandes del cine de arte en español. Pero a esto volveremos más adelante. Mientras, lo que debe quedar muy en claro es el gran amor que ella sentía por el trabajo de este director; la urgencia por hacer, digámoslo así, cine «de otro tipo»; la lealtad y la convicción que tenía a un grupo de mentes brillantes que estaban escribiendo historia no sólo en México, sino en el mundo entero.
«Conocer a Buñuel fue de lo mejor que he tenido, porque yo trabajaba con directores comerciales, pero a la hora de hablar de arte no tenía mucha experiencia, y de pronto apareció Buñuel, y ahí cambió mi vida y gusto», escribe Silvia Pinal en su autobiografía.
El encuentro entre Silvia Pinal y Luis Buñuel
Ella estaba maravillada. Él era parco y distante, como siempre. La reunión entre ambos fue motivada por ella misma, pues quería trabajar con el director. Genio, intelectual y polémico, Buñuel era el tipo de creador con el que uno debía relacionarse en aquél momento para diferenciarse del resto. Francisco Rabal, también actor, fue quien se encargó de hacerlos coincidir durante una fiesta en Madrid. Ella, reconocida por sus papeles en Un extraño en la escalera (1955), de Tulio Demicheli; Uomini e nobiluomini (1959), de Giorgio Bianchini; y Maribel y la extraña familia (1960), de José María Forqué. Él, un ojo terrible que le había engendrado al mundo Un perro andaluz (1929), El gran Calavera (1949) y ese episodio sin par en la cinematografía que se llamó Los olvidados (1950). Aunque fue necesaria una labor de convencimiento, la unión era inminente.
Fue así como llegó la idea de rodar Viridiana. Basada en la novela Halma de Benito Pérez Galdós, esta película cuenta la historia de una novicia que, a punto de tomar los hábitos, se enfrenta a la violencia sexual, el suicidio, la mentira, el abuso y la fe sin rumbo.
Como sucede en todo el cine de Buñuel, Viridiana cuestiona la naturaleza de la beneficencia. Ridiculiza los actos de ingenuidad y pone en tela de juicio el camino católico de la salvación. Asimismo, expone los rostros más caóticos de la fe y los hace contrastar con el mundo real; con la tierra de los hombres que son de carne y hueso. Evidentemente, esto logró que tanto el director como Pinal (y la producción en su totalidad) fueran catalogados de blasfemos por El Vaticano y el régimen de Franco en España.
Festival de Cannes
La película fue nominada al máximo galardón otorgado por el Festival de Cannes: la Palma de Oro. Y la obtuvo. Única en todo el cine de Buñuel. Sin embargo, el director no pudo recibirlo porque había olvidado su frac en Madrid. Pero allí estaba Silvia Pinal, a quien presentaban como Mademoiselle Viridiana. «Significaba que el personaje creado por Buñuel se había incrustado definitivamente en mí», cuenta la actriz.
Al respecto, Pinal cuenta durante una entrevista con EL PAÍS: «No esperaban mucho de ella y nos dieron el último día de exhibición. Buñuel se enfadó muchísimo. Pero todos los periodistas salieron diciendo que era una bomba. En Le Soir salió la foto de la última cena de los mendigos en portada. Fue impresionante. Las autoridades españolas ordenaron que se quemara todo lo que existiera en el estudio». Lo que no previó el señor Franco era que el equipo conseguiría salvar una copia de la película, llevándola a la finca de los Dominguín, de donde la actriz mexicana tomaría los nueve rollitos de la cinta —sin latas y en mano— para llevarlos de vuelta a México. El resto es historia.
A esto le siguieron diversos conflictos jurídicos y económicos entre las productoras —una censurada distribución no ayuda a nadie—, dos películas más que marcaron la carrera de Silvia Pinal y Luis Buñuel en conjunto (El Ángel Exterminador y Simón del Desierto) y la muerte a sus 19 años de la única hija que tuvo esta actriz con Alatriste: Viridiana. Tragedia que ha sido calificada en más de una vez como una maldición de la película. Pero ya habrá tiempo de extendernos en estos temas. Cuando volvamos a escudriñar entre los cimientos que nos dejó el legado de una de las mujeres que —para sorpresa de muchos— salvaguardó el cine de autor en México.