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física cuántica Stephen Hawking

Preguntar por el Cosmos: entre física cuántica, razón y consciencia

¿La física cuántica se dio de frente con lo divino? ¿Preguntar por el cosmos marca el inicio de la ciencia y la filosofía?

¿La física cuántica encontró a dios, o sólo es mi imaginación?

Me explico…

No importa cómo lo llamemos. Los atributos que le otorguemos, los poderes que le concedamos, la pregunta que interroga por ese “alguien” que está más allá de esta realidad ha sido la constante por milenios.

La forma de pensarlo vertebra la historia humana que comienza con la era mitológica. Momento donde los dioses no sólo tenían parecido físico con nuestra especie, sino que se enfrentaban a emociones y pasiones que nos recuerdan los años adolescentes. Con la salvedad de que sus jugadas terminaban en algo más que una buena cruda física o moral, los deslices divinos impactaban en la configuración misma de la realidad.

Recordemos el panteón griego y los hijos desperdigados por el mundo que Zeus y su lujuria dejaban a diestra y siniestra. Quizá que este dios fuese criado por ninfas lo llevó a extremos para satisfacer sus impulsos más primitivos —como convertirse en un gran toro blanco para seducir y raptar a Europa que vagaba inocentemente por la orilla del mar—. O los mitos nórdicos, con Thor y la envidia de un hermano adoptado y menos carismático. E incluso en la mitología mesoamericana, donde el inicio de nuestra era es marcado por la competencia entre un viejo dios pobre y un soberbio dios joven, con bastante mejor posición económica como para convertirse en el quinto sol.

En estos primeros esbozos de conocimiento, el mundo y sus fenómenos se explican mediante estas deidades que controlan a capricho el mundo que habitamos. Explicaciones cuya lógica resume Arthur C. Clarke en la sentencia: «cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia».

La razón, eso que nos hace preguntar

Las formas mitológicas dan paso a otro tipo de explicaciones y marcan el inicio del “logos”, la razón como característica primordial del ser humano. Desde entonces seremos “animales racionales”, no importa el volumen de estupefacientes que ingieras o la cantidad de neuronas que pierdas frente al televisor. La razón es nuestra diferencia específica. Lo que nos hace ser nosotros dentro del género próximo, animal, al que pertenecemos.

La capacidad de lanzar la pregunta que interroga sobre el cosmos, sobre la vida, sobre nosotros mismos es lo que nos destaca y marca el inicio de la historia de la ciencia que coincide con la filosofía.

En este paradigma, la historia destaca las teorías de los filósofos presocráticos. Sin pretensión de sonar a lección de Filosofía para principiantes, estos individuos nombrados gracias al “cristo de la filosofía” se preguntaban por el arché, la razón de todas las cosas. El principio de realidad que da origen, determina y conforma el todo. Las propuestas van desde conceptos concretos como agua y aire, pasan por lo indeterminado —el ser, los números y el cambio— hasta llegar a la teoría que nos compete: Anaxágoras y el nous.

Este pensador griego propone que, aparte de la materia, hay un elemento diferente que conforma la realidad: la inteligencia. La mente, si así quieres llamarlo. El nous en griego. Es decir, hay una base material innegable —la realidad sensible se forma, gracias a que hay “partículas” que se unen y se separan—. Pero el principio ordenador, el logos, no se encuentra en la materia misma, sino en un intelecto que dicta la configuración del cosmos.

Cómo explicamos el cosmos

Física cuántica y el universo
Foto: Andy Holmes

La conciencia se queda en el pensamiento colectivo y se refleja en las ideas platónicas, las realidades inteligibles, eternas y perfectas que dan origen al mundo sensible. En el motor inmóvil de Aristóteles, que mueve el cosmos sin él mismo moverse. Después, en la tradición cristiana y la idea de Dios, este Ser por antonomasia que funciona como el intelecto que explícitamente y por voluntad crea el mundo que habitamos.

El tiempo sigue el rumbo que indica el vector de la entropía y la historia humana se desarrolla como la conocemos. Pasamos del esplendor de la filosofía al dominio de la religión, para al fin abrir el camino al nuevo marcapasos de la humanidad: la tecnología y su creadora, la ciencia. A partir de entonces pautamos que el único conocimiento es aquel que puede ser observado y medido. Empieza la fiebre, al estilo del 49 en San Francisco, por “descubrir” las leyes naturales, con la premisa de que el desarrollo de la realidad, incluso se propone que la historia humana puede ser explicada por leyes invariables. Y como probó Newton, descifrarlas otorga el poder no sólo de entender lo que ocurre, sino de predecirlo. Y con ello ¡ganar el control sobre el futuro y la capacidad de manejar la realidad a nuestro antojo!

Esa fue la promesa de la ciencia, ahí estaba el brillo aureo que despertó nuestra codicia… y, para ser justos, cumplió. Con cada tecnología parecía que estábamos más cerca de dominar las condiciones naturales.

Nuestras cosechas ya no dependen de las estaciones; no sólo tenemos sistemas de riego, sino plantas resistentes a la temperatura y las plagas. El espacio ya no separa los continentes, pues con el primer cable trasatlántico logramos que América tuviera inmediatamente información sobre lo que ocurría en Europa. El día y la noche ya no marcan nuestras jornadas, gracias a la luz eléctrica. Y gracias a la pequeña pastilla azul, la edad ya no limita la satisfacción de los deseo sexuales. Los ejemplos podrían seguir por varios párrafos más, pero lo importante es destacar que el modelo de la ciencia proponía una realidad que se centraba en el mundo sensible. En generar conocimiento que describiera el movimiento de la materia y nos ayudara en el quehacer cotidiano.

Y de pronto… la física cuántica

Galaxias
La imagen de campo ultraprofundo del Hubble en 2017 muestra algunas de las galaxias más remotas visibles, cada una de las cuales consta de miles de millones de estrellas.

La cuestión con la mecánica cuántica es que no entendemos la cuestión de la mecánica cuántica. Y es que el logos de nuestro quehacer cotidiano no tiene jurisdicción en el reino subatómico. Las cosas muy pequeñas tienen extraños comportamientos, a tal grado que, para poder explicarlos, los científicos tuvieron que crear una nueva teoría que se oponía a la física tradicional. Ciencia en donde todos los objetos tienen propiedades definidas, donde la tarea del científico es determinar la velocidad, la posición, la rotación, etcétera. Encontrar esos números que están ya en la realidad. La física tradicional es una maquinaria perfecta y elegante.

En cambio, las observaciones del reino cuántico desconcertaron a los científicos ¡y con razón! En este sitio parecía que los cuerpos recorrían varias trayectorias al mismo tiempo y no tenían una posición ni una velocidad determinada. Las teorías formuladas para explicarlo no tenían siquiera la capacidad de predecir con exactitud los resultados. Sólo arrojaban la probabilidad de dar con un resultado u otro.

Con ello se inauguraron dos caminos, dos interpretaciones de estos hechos. El primero tenía como líder al rey de la física tradicional, que todos conocemos por la intelectual frase “a la prima se le arrima”, y que afirmaba que los resultados son producto de un error humano. La imposibilidad de determinación se da simplemente porque existen elementos no considerados, nos falta información y, por ende, lo que se observa son fragmentos de un todo que, como piezas de rompecabezas aisladas, no ofrecen la imagen completa. Al final, «dios no juega a los dados», decía Einstein.

Física cuántica Einstein

El segundo, la interpretación de Copenhague, ha sido seguido por los entusiastas del nuevo paradigma y afirma que la naturaleza del cosmos es tener cantidades indeterminadas, por lo que el azar cuántico es un fenómeno fundamental. Esto abrió una nueva mecánica, una nueva física con características extraordinarias. La cuántica era el juguete nuevo, brillante, desconocido y desconcertante.

La discusión tenía como punto neurálgico la cuestión filosófica del sentido y, en cierto grado, del determinismo. Según la física tradicional, si conociéramos las condiciones iniciales, en teoría seríamos capaces de predecir todos los movimientos del universo. Es decir, la naturaleza es determinista. En cambio, la teoría cuántica afirma que en el fondo de la realidad el azar reina, con lo que dejó entrar por la puerta principal a la indeterminación y la probabilidad que trajeron como efecto secundario, para grupos vulnerables, vértigo ante el sinsentido.

Al final, después de acaloradas discusiones y multiplicidad de experimentos mentales y paradojas, Bell probó que, cuando de cuántica se trata, la pregunta, la medición, afecta el resultado. Y, de paso, también reafirmó la teoría de la superposición y el entrelazamiento; esa conexión inexplicable que Einstein describió como “spooky” (fantasmal) y que nos regresa al tópico principal que hoy nos concierne.

El observador determina la realidad y la pregunta afecta a la respuesta

Resulta que, milenios después, la reina de las ciencias, la física, después de un viaje por la materia que pensaba como lineal y que nombraba progreso, retorna al inicio del pensamiento. Recuerda aquello dicho por los griegos: hay una base material innegable; no obstante, la configuración de ésta la dicta algo más allá de lo físico. La realidad sólo existe como tal cuando se observa y la observación debe ser realizada por algún tipo de consciencia. ¡Es el nous de Anaxágoras! La inteligencia en el fondo de la realidad; es el primer motor de Aristóteles, el pensamiento que se encuentra en acto puro y que, en el acto de pensar, es la causa de lo ente. Es, si así lo quieres, Dios, el logos. Que según el viejo testamento, era al inicio de todo; aquél que separó la luz de las tinieblas y las aguas de la tierra.

Física cuántica Ouroboro

Al parecer la ciencia ahora mira asombrada a una de las piezas que faltan en rompecabezas de la teoría del todo: la con-ciencia. El aspecto más enigmático del universo y la causa eficiente de la pregunta misma que, como ourobouro, regresa sobre sí para toparse con que la respuesta es el mismo inicio. Que la respuesta es ella misma: la conciencia que hizo posible el preguntarse sobre el cosmos es aquello que da origen al cosmos. La pregunta es el origen. Al parecer, somos el universo tratando de entenderse a sí mismo.

Somos, al estilo budista, el cosmos que se observa a sí mismo y se devuelve la mirada desde cada ser vivo.

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