Es verdad, nunca nos mintieron: el mundo puede ser vil. En él podemos encontrar lo peor de lo peor. Cosas tan bajas y deshumanizantes que harían que nuestra cordura saliera del cuerpo sin querer volver jamás. Pero vamos, en realidad no hay un absoluto maligno, siempre habrá momentos que valen la pena y que nos dan placer.
Se trata de un ir y venir entre lo bueno y malo. Esa dicotomía que consigue volarle la cabeza a muchos sobre cómo guiar sus vidas o peor aún, que incluso condiciona cualquier decisión, pero… ¿qué está bien y qué mal?
En términos simples, malo es vivir en sufrimiento continuo y bueno es experimentar un placer constante. Por lo tanto, la mayoría del tiempo consideramos que todas las circunstancias que nos provocan un sentimiento no placentero son malas. En su contraparte, todo aquello que produce placer resulta bueno.
¿Así de fácil es la vida? Pues no. De hecho, dividirla en este esquema tan rígido puede complicarla de más. El primer paso para dejar de hacerlo es reconocer que el mundo no se mueve entre esquemas de bueno y malo, que éstos son productos del ser humano y por lo tanto, tienen una carga de valores que conforman una moral identificable.
Veamos al mundo más allá del bien y el mal, como un algo que está en constante cambio, cuyos flujos son pasajeros y podemos poner en contraste gracias a nuestra capacidad de reflexión, además de superarlos y dar forma a nuestra propia manera de vivir, recibiendo lo que se nos presenta sin categorías morales.
Puede que esto suene inalcanzable, pero sirve para guiar la acción (como todo lo que es utópico). Sin duda, el fenómeno contemporáneo que mejor define la incapacidad de mirar al mundo sin filtros es el de la positividad tóxica.
Vibrar alto siempre: ¿qué tan bueno es ser positivo todo el tiempo?
La positividad tóxica no es mas que el intento de querer interpretar el mundo de forma absoluta bajo la mirilla del “todo está bien, no pasa nada”; “ve solamente lo bueno”; “agradece lo que está sucediendo”; “ve el lado positivo, todo pasa por algo”.
¿Y si lo que estoy experimentando me está calando hasta la médula, me arde muy profundo en el corazón o me inunda los ojos con lágrimas? ¿Acaso debo de hacerlo a un lado, únicamente para observar lo bello que en realidad es la vida?
Esta mentalidad en la que todo tiene que ser positivo, relegando los sentimientos que se catalogan como negativos (por que no te permiten seguir con tu vida), es tan irracional como creer que la tristeza, decepción o enojo son sentimientos indeseables que están completamente fuera de lugar.
En un par de artículos de The Conversation a propósito del tema (How to avoid ‘toxic positivity’ and take the less direct route to happiness y ‘Toxic positivity’: Why it is important to live with negative emotions) se analiza a la positividad toxica como una expectativa muy irreal de felicidad que pretende ser materializada por un esfuerzo enorme al pretender vivir evadiendo emociones negativas. Lo que es imposible, pues la tristeza, enojo, decepción y pérdida llegan cuando menos lo esperas.
Aquellas persona que se esfuerzan en llevar a cabo esta actitud se enfrascan en una autovigilancia obsesiva sus emociones, pues cuando no logran mantener la línea, experimentan una culpa devastadora; cayendo en un bucle depresivo que los lleva a quedar inmóviles y evitar a toda costa las emociones negativas.
Validar emociones es lo mejor
La positividad tóxica encubre las verdaderas razones de crisis y angustia: es hacer a un lado la posibilidad de situarnos en un microscopio donde podamos recorrer nuestra anatomía afectiva.
Sólo si hacemos válido lo que sentimos podremos sistematizar nuestras dudas sobre nosotros mismos y experimentar el alivio, dejando que aquellas emociones que se presentan fluyan y sigan su curso, dejando nada más que el autoconocimiento.
Validar nuestras emociones permite conocerlas según el contexto en el que se originan para articular una mirada más comprensiva y crítica sobre nuestro ser socio-afectivo. Y eso es tomar las cosas tal como se presentan, más allá de toda categoría moral que busque castigar o prohibirlas.
Si la vida también está llena de momentos tristes, decepcionantes y dolorosos habrá que abrazarlos, conocerlos, estrechar su mano reconociendo su origen y naturaleza para después seguir nuestro camino. El conflicto interno que involucra momentos de angustia, incertidumbre y tristeza tiene momentos de belleza que muy pocos se atreven a conocer. Además, los sucesos que acontecen en uno mismo destapan demonios que sólo se confrontan, revisan y sanan al hacerse conscientes y abren un camino para percibir nuestro crecimiento socio-afectivo.