La lucha por el reconocimiento de los derechos humanos en la comunidad LGBT+, así como el activismo en contra de las discriminaciones y violencias hacia la misma, no inició con un grupo de hombres blancos hiperatractivos y de marcada musculatura en sus apretadas prendas de diseñador. Los gritos, las protestas y los enfrentamientos con la policía no iniciaron con esa estética asimilacionista que tanto ha exigido la cultura heterosexual de «lo gay». Tampoco partieron de los privilegios que puede tener una figura masculina a la cabeza de una movilización. La verdadera contienda por la liberación de la diversidad sexual se dio en un antro de rechazados, el Stonewall Inn.
Así, la batalla nació en los brazos de la disidencia, la contra-norma, la visibilidad racializada, el comportamiento inconforme, la prostitución y la subcultura: el sector trans de los 70. De tal forma, Sylvia Rivera y Marsha P. Johnson fueron y serán nombres clave en este proceso, pero volveremos a ellas después de aclarar un par de puntos.
Orgullo y emancipación LGBT+
Primero, entendamos que la contienda por la libertad y la franca representación de la comunidad no sólo se dio en términos de una discursiva del orgullo simple —me jacto de ser quien soy–, sino que surgió como estrategia de oposición a la idea de que las personas no-heterosexuales padecen una condición patológica, anormal, amoral y perversa. En todo caso, la declaración fue: no estoy enfermo por ser quien soy.
Se enunciaba, sí, el orgullo de gozar una existencia tan humana como cualquier otra, pero sobre todo se buscaba la emancipación que ésta, marginada y satanizada, padecía frente a una sociedad gobernada por la clínica más heteropatriarcal que pudiésemos imaginar: la del siglo XX. Un esquema prácticamente heredado de la época victoriana. Durante los años 60, sobre todo, la homosexualidad y cualquier otra manifestación de diversidad en el ámbito sexual eran consideradas un trastorno mental por la Asociación Americana de Psiquiatría, pero ¿cuál fue su antecedente y lo que trajo para la actualidad?
Los disturbios de Stonewall Inn
Fue el 28 de junio de 1969 cuando en un bar de pasado clandestino y turbia fama –como casi todos los espacios donde la verdadera revolución se concibe– conocido como Stonewall Inn, en el número 53 de Christopher Street, en el Greenwich Village de New York, se llevó a cabo una usual redada policiaca en contra de la comunidad LGBT+. Un acto que devino la génesis del movimiento activista de este mismo grupo.
El cuerpo de «seguridad pública» solía ir a este antro para hostigar a sus asistentes, pidiendo cartillas mientras revisaba identidades y genitales con tal de arrestar a personas por vestir de manera «femenina». Entonces, para evitar el levantamiento, se necesitaban en el vestido 3 prendas por lo menos que «correspondieran» al «género biológico» del portador. Asimismo, se identificaba a prostitutas o a quienes los policías asumían que podían serlo.
Esa noche, alrededor de la una de la madrugada, fue que ya no se permitiría más; el cansancio y la denigración habían llegado muy lejos. La comunidad no estaba dispuesta a seguir soportando.
Cómo se dio la noche del conflicto
Entre 1950 y 1960 eran pocos los establecimientos que aceptaban a personas abiertamente homosexuales, a transgéneros e individuos en situación de calle. Justo el Stonewall Inn era donde todas ellas eran bien recibidas y se organizaba una verdadera fiesta de cobijo y diversión. Para aquel momento, se pensaba que nadie atentaría más en contra de uno de los pocos espacios seguros. Sin embargo, cuentan que cuatro policías entraron al bar por la puerta principal, frenaron la música, cerraron las puertas y pidieron refuerzos usando el teléfono del establecimiento. Toda la trifulca se desató con el enfrentamiento que, por vez primera en la historia, se armó un grupo de homosexuales defendiéndose de un ataque injustificado y homófobo, negándose a presentar sus identificaciones y a demostrar su sexo.
Mientras trabajadores y clientes del bar eran arrestados –como de costumbre–, afuera se armaba la revolución. Por cerca de 45 minutos, el intento policiaco de incendiar el bar y el arresto de 13 personas, así como la hospitalización de muchas otras, no frenó lo que estaba por llegar. El levantamiento del Poder y el Orgullo Gay. ¿Sus principales autoras? ¿Las madrinas del movimiento?
Sylvia Rivera y Marsha P. Johnson
Ellas, una mujer trans de ascendencia puertorriqueña y una drag queen de New Jersey, fueron la punta de lanza para la movilización y la futura despatologización de la diversidad. «En el relato oficial, Stonewall ha pasado como una revuelta masculina, gay y blanca. Sin embargo, muchas de las que participaron eran como Marsha y Sylvia. Trans, racializadas, negras e hispanas», explica la investigadora en raza, género y sexualidades, Esther Mayoko Ortega, en el libro Stonewall: El Origen de una revuelta de Martin Duberman.
Sylvia y Marsha participaron en las manifestaciones del Orgullo Gay que comenzaron a celebrarse a partir de 1970 —un año después del famoso disturbio— y nunca perdieron de vista la radicalidad necesaria para generar un verdadero cambio. Jamás se detuvieron siquiera un segundo a pensar que la batalla estaba ganada y que debían someterse a las normas de la sociedad. Ser los gays, las lesbianas y los trans que la heterosexualidad demandaba. No pararían hasta ser respetadas y que nadie del grupo se juzgara enfermo.
Consecuencias de Stonewall
Hacia el ’73
La presión por los grupos en New York, el activismo esparcido a lo largo de todo Estados Unidos, el hartazgo conjugado de una comunidad rechazada por tanto tiempo y la aceptación paulatina de una población cada vez menos obtusa, lograron que en 1973 la Asociación Americana de Psiquiatría eliminara la homosexualidad del Manual de Diagnóstico de los trastornos mentales y apoyara el rechazo a toda legislación discriminatoria contra gays y lesbianas en el país, tras una exhaustiva revisión histórica e investigación científica que abalaran el sinsentido hasta entonces perpetuado.
En la marcha del Orgullo Gay de 1973, Sylvia irrumpió en el escenario entre abucheos para aferrarse al micrófono y dar uno de los discursos más importantes del suceso post Stonewall Inn. Sus palabras, que han pasado a la historia pero deberían escucharse con mayor atención, revelan un hecho silenciado. Se logró la eliminación de la homosexualidad dentro del catálogo de enfermedades mentales en Norteamérica, pero se dejó de lado a la comunidad trans y a la cultura drag, que tanto aportó y peleó por un bien común.
¿Así se pagaba a las mujeres que se entregaron a la lucha e iniciaron la revuelta?
En los ’90
No fue hasta el 17 de mayo de 1990 que la Organización Mundial de la Salud (OMS) retiró la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales. Casi dos décadas después de la batalla iniciada. Sin embargo, esto no impidió que se practicaran aún «terapias de conversión» a gays, lesbianas y demás integrantes de la comunidad, incluso a la fecha. Tampoco frenó que las personas trans siguieran siendo tratadas bajo el mote de un trastorno mental hasta el pasado 2018. Veintisiete años después del asesinato de Marsha P. Johnson –claramente un crimen de odio que la policia neoyorquina no intentó develar– y diecisiete después de que Sylvia Rivera muriera a causa de cáncer. Dos seres humanos que dedicaron su vida y arte al libre ejercicio de la diversidad sexual, y que la misma comunidad lésbico-gay abandonó con tal de incrustarse en lo que Sylvia llamaba un club blanco y clasemediero.
Sobre la comunidad trans
Ninguna fue capaz de beneficiarse o gozar de este logro que, de hecho, no es del todo una ganancia. Este avance clínico de impactos legislativos favoreció, medianamente, a hombres y mujeres gay, pero no puso un alto la patologización ni la hostilidad para toda la comunidad. En 2018, la OMS no eliminó a la transexualidad ni a las personas transgénero de su lista de enfermedades… sólo les cambio de epígrafe.
Es decir, este tema pasó del capítulo dedicado a Trastornos de la personalidad y el comportamiento –en el subcapítulo «trastornos de la identidad de género»– a la lista de Condiciones relativas a la salud sexual para recibir el nombre de «incongruencia de género». Un asunto delicado, pues en muchos países sólo se cubre con políticas públicas y seguros médicos aquello mencionado en la clasificación. Razón por la cual la OMS decidió colocar esta situación en un lugar menos «estigmatizante» y que pueda, entonces, entrar en contacto con los servicios de salud. No obstante, esto ha abierto una polémica encarnizada sobre los verdaderos progresos de la comunidad y su solidaridad interna.
Hoy
Los efectos y beneficios que dio Stonewall Inn son muchos y palpables. Entre ellos: derecho a la educación, cese a la discriminación en lugares públicos, matrimonios igualitarios —aunque ponemos en tela de juicio su necesidad todavía—, adopciones homoparentales y un intrincado etcétera que habla de verdadero progreso. Sin embargo, no debemos omitir un par de cosas. Por un lado, las luchas locales son importantísimas. Si bien este suceso en New York ha servido de antesala, referente y momentum, la liberación LGBT+ no se debe sólo al orgullo estadounidense. Desde otra faz, debemos entender también que no todo el avance legislativo y social en torno a la diversidad ha sido rápido ni terso. Se necesitaron décadas para revocar leyes o acciones en detrimento a esta población alrededor del mundo. Y el camino sigue.
Ésta no es la revolución que queremos. Especialmente, cuando hablamos de la población trans, que tanto ha dado al movimiento y tan poco ha recibido a cambio.