¿Cuándo comenzó la pandemia de COVID-19? Basta una simple búsqueda en Google para obtener datos precisos: la emergencia sanitaria global fue decretada oficialmente por la OMS el 11 de marzo de 2020. A casi tres años de aquel anuncio, calcular cuándo terminará la pandemia es una labor un tanto más compleja, con variables que aún hoy escapan de la comprensión humana.
A diferencia del inicio, no existe protocolo alguno ni definición científica del momento que marca el final de una pandemia. Desde la epidemiología, un indicador aceptable podría ser la disminución de la curva de contagios, acompañada de una relajación en la presión sobre los hospitales y una cifra cercana a cero en el número de muertes. No obstante, distintos lugares del mundo han asistido a este escenario al menos una vez desde inicios de 2020, para después enfrentar otras olas de casos récord impulsadas por nuevas variantes.
Entonces, ¿cuándo terminará la pandemia? ¿Cuando COVID-19 se convierta en una enfermedad endémica con picos estacionales, tal y como ocurre con la influenza? ¿Cuando los cubrebocas pasen a ser un accesorio secundario, utilizado por menos de la mitad de la población? ¿O cuando la percepción de enfermedad y muerte asociada a COVID-19 deje de aparecer en el horizonte inmediato, y las noticias asociadas al virus se alejen de los titulares?
La inmunidad de rebaño: el final que nunca llegó
Al inicio de la pandemia, previo a la aparición de la variante alfa (la primera que desplazó al virus original de Wuhan y mostró señales tempranas de la rápida adaptación del virus) y mientras el mundo contaba los días para la llegada de la primera vacuna, la esperanza estaba puesta en la inmunidad de rebaño. La premisa era sencilla y, desde el derrotero de mediados de 2020, el fin de la crisis sanitaria sonaba científicamente posible: una vez que la mayoría de la población desarrollara inmunidad ante el coronavirus (ya sea natural, después de recuperarse de un contagio; o adquirida a través de una vacuna) el virus no lograría encontrar más huéspedes y sus cadenas de transmisión se romperían.
Bajo la premisa anterior, conseguir la vacunación del 70 % de la población se instaló en la opinión pública como el mayor objetivo para poner fin a la pandemia. Los gráficos que mostraban el avance de las campañas nacionales de vacunación comparados con el decremento de nuevos casos parecían afianzar la hipótesis; sin embargo, la decepción fue mayúscula cuando la vigilancia epidemiológica mundial reveló que incluso los países con un porcentaje de inmunización mayor al 70 % enfrentaban nuevas olas de COVID-19 y contagios récord durante el verano de 2021.
La carrera nunca fue de velocidad, sino de resistencia
El panorama que auguraba el final de la pandemia como efecto de la vacunación sucumbió ante la realidad. El primer gran temor entre la comunidad científica, una alta capacidad de evolución del coronavirus, se cristalizó en el segundo año de la pandemia: a la variante alfa detectada en el Reino Unido a finales de 2020 siguió la voraz delta, que mostró su efecto más devastador en India durante el verano de 2021. Devenida en variante dominante, delta se convirtió en la versión más sofisticada del coronavirus hasta entonces; sin embargo, su dominio fue desplazado por ómicron, la gran protagonista del invierno pasado y responsable de los récords absolutos de casos diarios a nivel mundial entre enero y febrero de 2022.
Ómicron confirmó el segundo gran temor: las reinfecciones, que en un principio parecían altamente improbables y meramente anecdóticas, se hicieron cada vez más comunes. La alta capacidad de las variantes derivadas de ómicron para evadir la inmunidad previa trajo consigo los primeros casos de dos o más contagios provocados por la misma variante en lapsos impensados hace unos meses (tan pronto como veinte días después de una infección).
Mutación y nuevas variantes: una carrera de supervivencia
Las mutaciones (errores en el copiado y replicación de información genética) son parte esencial de los virus con material genético ARN, como el coronavirus. Dotados de un sistema menos sofisticado que los organismos cuyo lenguaje vital se escribe en ADN, el pequeño genoma del SARS-CoV-2 es más proclive a cometer fallos en las secuencias que dan forma a las instrucciones de replicación del virus. Estos errores provocan mutaciones que al acumularse, pueden alterar la información genética del virus de forma azarosa y modificarlo drásticamente.
Y aunque la mayor parte del tiempo las mutaciones son perjudiciales y significan un obstáculo insuperable para adaptarse al medio, también son parte de la intrincada maquinaria de la evolución y, de vez en cuando, una sutil variabilidad genética puede traer consigo una ventaja adaptativa que resulte beneficiosa para prosperar en el medio. En el caso de los virus, las mutaciones beneficiosas conllevan habilidades como aumentar su capacidad de transmisión o mejorar la evasión de los anticuerpos, provocando una enfermedad más grave.
Desde la perspectiva actual, la del año tres de pandemia, es preciso decir que estamos ante una frenética carrera de adaptación donde el virus suele tomar ventaja con cada nueva variante que presenta versiones mejoradas de sí mismo. Por supuesto, las vacunas han disminuido el efecto de versiones mejor adaptadas y siguen evitando millones de complicaciones y muertes. Su efecto protector, aunado a la inmunidad adquirida tras cursar la enfermedad, se refleja directamente en una proporción cada vez menor entre casos nuevos y muertes. La probabilidad de que una persona experimente complicaciones graves tras contagiarse de COVID-19 en agosto de 2022 es diez veces menor que al inicio de la pandemia, a pesar de que a estas alturas del año, los contagios globales superan ampliamente a los registros de 2020 y 2021.
Entonces… ¿cuándo acabará la pandemia?
En el año tres, los expertos tienen claro que el nuevo coronavirus no desaparecerá. A excepción de la viruela (la única enfermedad humana erradicada gracias a la vacunación), todas las enfermedades infecciosas emergentes continúan circulando en el presente, incluso las que provocaron otras pandemias como la peste o la influenza AH1N1.
Con las condiciones actuales, el escenario más esperanzador para poner fin a la pandemia es el endémico: un futuro en el que COVID-19 se convierta en una enfermedad menos letal (sin dejar de sumar muertes) con picos estacionales que requieren de vacunación periódica para evitar sus efectos más graves. Aunque la vacunación, el desarrollo de terapias cada vez más efectivas contra el virus y las medidas de contención contribuyen a alcanzar el objetivo, una variable clave yace fuera del alcance de la voluntad humana: la velocidad de la evolución del coronavirus.
El panorama actual continúa siendo incierto. Los nuevos contagios provocados por las subvariantes BA.4 y BA.5 de ómicron, hoy convertidas en dominantes en todo el mundo, continúan en descenso desde hace un par de semanas. En el mejor escenario, ninguna subvariante de ómicron desplazará a BA.4 y BA.5 en los próximos meses y por lo tanto, la disminución en los nuevos casos podría prolongarse sin una nueva ola. No obstante, la experiencia previa demuestra el potencial evolutivo del nuevo coronavirus para reinventarse y mejorar sus cualidades de adaptación y dar un salto igual o más sorpresivo que el provocado por ómicron. De ahí que no exista certeza alguna sobre la aparición de nuevas variantes capaces de cambiar, una vez más, el curso general de la pandemia.
Ante la incertidumbre para prever el fin de la pandemia, la opción de Jennifer Nuzzo, epidemióloga y directora del Centro de Pandemias de la Facultad de Salud Pública de la Universidad Brown, presentada en una brillante columna de opinión para The New York Times a mediados de agosto, parece uno de los indicadores más fiables para saberlo. A pregunta expresa de cuándo terminará la emergencia sanitaria mundial, Nuzzo considera que el factor que mejor define a la pandemia (y por lo tanto, una clave sutil pero poderosa para percibir su final) es la capacidad de COVID-19 de alterar nuestras vidas. Sólo entonces, cuando contagiarse deje de ser una preocupación y los cubrebocas, las pruebas periódicas, los juicios morales sobre el riesgo que supone casi cualquier actividad con otras personas y la parafernalia coronavírica deje de formar parte de la cotidianeidad, habremos superado la pandemia.